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Mi primera vez en la playa

Hugo y Elisa, de dos años, ponen por primera vez sus pies en la arena de Mojácar, en Almería. «Quema, mamá», gritan. El susto se pasa pronto y empiezan a rebozarse hasta terminar como croquetas. La Razón acompaña a los pequeños en su primera incursión en el mar.

Mi primera vez en la playa
Mi primera vez en la playalarazon

Hugo y Elisa, de dos años, ponen por primera vez sus pies en la arena de Mojácar, en Almería. «Quema, mamá», gritan. El susto se pasa pronto y empiezan a rebozarse hasta terminar como croquetas. La Razón acompaña a los pequeños en su primera incursión en el mar.

Elisa y Hugo van a descubrir el mar. Acaban de cumplir dos años y apenas pueden caminar sobre la arena hasta alcanzar la orilla, pero el momento es soberbio y hemos querido presenciarlo, dar fe de este espectáculo que muy pocos guardamos en la memoria. Si acaso queda algún recuerdo, está demasiado embadurnado por el tiempo como para tenerlo por cierto. La escena transcurre en Mojácar (Almería) y es la primera vez en su vida que estas dos pequeñas criaturas verán el mar. La primera vez que sus pies tocarán la arena y la primera vez que una aparatosa ola derrumbará su castillo de arena. ¿Cómo perdérselo?

En cuanto pisan la playa, Ana y Héctor, sus padres, intuyen que quizás el momento no será tan idílico como imaginaron. Decenas de piedrecitas se cuelan en sus chanclas a pesar de que van bien atadas al pie. Se paran y les animan a caminar descalzos. «¡Quema, mamá! ¡Quema mucho!», le dice la niña mientras reclama su calzado.

La sensación es extraña también para su hermano, Hugo. «Se hunden los pies», dice con gesto algo enfurruñado. Que sí, que no, que sí, que no. Finalmente, sí. Sus plantas se acostumbran a los rigores de la arena y la grava de color grisáceo. Los niños acaban pisando fuerte y cada vez con más ahínco, dispuestos a desafiar cualquier contratiempo.

Con la brisa marina en sus caritas, se abren paso empujados por el sonido del mar y ese olor a salitre tan característico. Y de repente, el gran charco azul a sus pies. Los pequeños clavan sus ojos en la inmensidad. Incapaces de describir el impacto con su graciosa media lengua, dejan que sus expresiones hablen hasta agotar el inventario de interjecciones de asombro. «¡Ah!, ¡Hala!, ¡Ufff!». Sus ojillos brillan y tienen la boca muy abierta. Durante unos minutos permanecen asombrados, incrédulos. Hugo, más intrépido, enseguida quiere probar el agua. La niña necesita tomarse su tiempo para inspeccionar el terreno. Sin prisa, pero sin pausa. Y hasta que verifique que todo está bien, decide ocupar la hamaca de su madre, que, según confiesa, no acaba de hacer buenas migas con el mar. «Yo aquí, en tu silla», le dice con cierto tono mandón. Los padres ríen. ¿Cómo habrían imaginado antes de hoy que sería la playa? ¿Quizás con barcos y peces de colores saltando por todos los lados?

EL SABOR DEL AGUA SALADA

Héctor y Ana alternan la emoción de esta primera vez con el agotamiento. «La sensación es entrañable, muy dulce –cuenta la madre–. Es un momento diferente a cualquier otro de los que estamos viviendo desde que nacieron, pero igualmente extraordinario e inolvidable». El primer chapuzón familiar transcurre entre miradas cómplices, sonrisas y mil ocasiones para juguetear. Se acercan al mar poco a poco. Dejando que sus pies se vayan aclimatando a la temperatura del agua. El niño lanza pataditas, como si quisiera cortar las olas. Corretea y se relame la sal de su cara. Cuando termina con ella, continúa con los bracitos. Los pequeños dejan claro que el agua salada les encanta y les divierte.

Playa y sol. Es todo lo que necesita esta familia para su veraneo. Forman parte de ese 35% de españoles que escogen las costas andaluzas para descansar en sus vacaciones de verano. El clima, la calidad de sus playas, la gastronomía y el ambiente explican que sea el destino favorito. Por cierto, este año viajaremos un 6,5% más que el año pasado, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Además, Mojácar, el pueblo escogido por Héctor y Ana, está considerado uno de los pueblos más bonitos de España. Sus parajes y el blanco reluciente de sus casas encaladas, con las flores que cuelgan de sus balcones, seducen fácilmente. «Ya forma parte ineludible de nuestra biografía familiar», añade esta pareja.

Su primer día con las bolsas atestadas de manguitos, protectores, gorras, sombreros, toallitas, cubos y palas, es también algo nuevo para ellos y lo viven con incertidumbre, armándose de mucha calma. «Hugo y Elisa están en esa edad llena de cambios y pasos de gigante en la conquista de su independencia. No puedes apartar la vista ni un instante». Mientras lo cuentan, Hugo hace su primera declaración de intenciones: «¡Yo solito!» Ese «yo solito» significa que quiere acercarse a la orilla sin más compañía que su cubo y pala. Hacer las cosas sin ayuda le hace sentirse mayor. «¡Que noooo!», insiste cuando su padre intenta cogerle de la mano. Juntos acaban construyendo su primer castillo de arena y conchas trituradas. Es evidente que esta parejita de hermanos acaba de estrenar la etapa llamada «los terribles dos», caracterizada por su comportamiento inquieto y un poco de rebelde. Sus padres han descubierto una buena fórmula: «Poquitas normas y muy sencillas».

Los días en Mojácar les brinda la oportunidad de vivir en directo los grandes avances de sus pequeños. «En poco tiempo han ganado confianza, se sienten independientes y quieren empezar a explorar su mundo. La excitación de la playa y tantas emociones les animaN todavía más». Entre juegos, inventos y logros, los niños ensayan su incipiente creatividad. De repente, una ola destroza su indescriptible obra hecha de barro y piedras. Todos estallan en una carcajada. Reciben su primera lección estival: «El mar es indomable».

Niños y adultos se divierten. En la arena, los pequeños mantienen un pie en la realidad y otro en la fantasía. Levantan castillos, hacen agujeros, entierran sus pies, buscan conchas y tratan de grabar algún garabato en la arena antes de que lo borre el oleaje. En poco rato han perdido el respeto a la suciedad. Parecen dos deliciosas croquetillas. Han descubierto también lo delicioso que resulta andar descalzos. Son sensaciones fantásticas.

SUSPENDIDOS EN EL AIRE

Llega el momento de regresar. Se hacen los remolones y muy astutamente consiguen retrasar un poco más la vuelta. Al cabo de un rato, recogen sus juguetes. «Lo dejamos así para mañana». La frase de los padres parece que les tranquiliza. Vuelven sonriendo con sus cabelleras mojadas y sintiendo aún la brisa andaluza. Aún hay tiempo para dar un paseo. Un par de horas después, Hugo y Elisa duermen plácidamente mecidos por el zumbido de las olas que aún resonarán en sus cabezas. Sus progenitores se dan cuenta de que todavía son dos bebés. El día ha sido inmejorable. Al acercarse a ellos con sigilo, advierten que la niña ha guardado en su mesita unas piedrecitas. ¡Su primer gran tesoro!

Los críos esperarán las próximas vacaciones expectantes y con el corazón agitado. Para entonces, habrán inaugurado la agotadora edad de los ¿por qué? Elisa y Hugo preguntarán incansables tratando de organizar su mundo. Por qué las nubes tocan con el mar. Por qué sabe a sal el agua. Por qué desde aquí no puedo ver la playa. Algún día sabrán que Azorín ya respondió hace un siglo: «Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas y polvorientas».

Sin darse cuenta, llegará el tiempo de historias imborrables. Será el mar de su primer amor, de la infancia inolvidable y de tantos y tantos castillos que quedarán suspendidos en el aire. Y dejarán en alguna callejuela esos primeros suspiros amorosos. ¿Qué tiene el mar que nos atrapa? Pedro Lemebel, escritor y artista chileno, describe con estas palabras su primera vez en una carta dirigida a un niño que murió sin ver nunca el mar: «Antes de verlo, el mar nos llegaba en la brisa fresca y en ese olor a yodo que anunciaba la salada presencia. Hasta ese momento, nunca antes tuve la sagrada conmoción de esa inquieta eternidad, solamente la visión del cielo podía asemejarse a ese momento. Era como tener el cielo derramado a mis infantiles pies. Era como ver el cielo al revés, un cielo vivo, bramando, aullando ecos de bestias submarinas».

SIN SOBRESALTOS

Los padres que llevan por primera vez a sus niños a la playa deben prestar atención a aspectos como la hidratación o la protección solar. Si el niño suda en exceso, se puede deshidratar. Debe beber agua con frecuencia y tomar alguna fruta como tentempié. Y evitar un golpe de calor, que no abusen de la exposición
al sol.