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Octavio se compra un Imperio

Noviembre del año 44 a. C.: ocho meses después de la muerte de César el complejo ajedrez político romano no hace sino deteriorarse.

Un veterano centurión de la Legio Martia ofrece su fidelidad a Octavio. © Radu Oltean/Desperta Ferro
Un veterano centurión de la Legio Martia ofrece su fidelidad a Octavio. © Radu Oltean/Desperta Ferrolarazon

Noviembre del año 44 a. C.: ocho meses después de la muerte de César el complejo ajedrez político romano no hace sino deteriorarse.

Las facciones en conflicto se lanzan a una carrera por atraerse a su causa a los veteranos de guerras pasadas. Es un juego en el que todo vale: «[...] aquellos a los que Octavio había enviado para corromper a los soldados de Antonio, inundaron el campamento con muchos panfletos invitándoles a cambiar la mezquindad y crueldad de Antonio por el recuerdo de César, la ayuda a Octavio y la participación de sus pródigos regalos».

Y es que Octaviano, tras apoderarse en Brundisium del tesoro de guerra de César y del tributo de la provincia Macedonia, recorrerá Italia reclutando y sobornando con pagas desorbitadas a antiguos veteranos de César. Y, efectivamente, sus regalos serán más atractivos que las órdenes de un cónsul legítimo: «Convocó [Marco Antonio] al senado para quejarse por la actuación de Octavio y, cuando estaba entrando en la cámara, se enteró de que una de las cuatro legiones, la Martia, se había pasado a Octavio durante el viaje».

El mismo día, la Legio IV hizo lo propio, pasándose igualmente a Octavio. Antonio, consternado, partió de inmediato a Alba Fucens, donde se hallaba la Legio Martia, tratando de recuperar su lealtad, pero fue agredido y hubo de retirase. Octavio acudió a reunirse con sus nuevas tropas, ofreciendo ahora 2000 sestercios a cada hombre, frente a los míseros 400 que había ofrecido anteriormente Antonio. Sus hombres estaban exultantes: «El ejército proporcionó a Octavio líctores provistos de fasces y le rogó que asumiera, por propia iniciativa, el título de propretor y, como tal, dirigiera la guerra y a ellos, acostumbrados siempre a servir bajo magistrados».

Sin embargo Octavio declinó el honor y remitió el asunto al senado, pues deseaba mantener la ficción de que trabajaba en su favor, aunque actuara en provecho propio, para así poder servirse de su influencia. La constelación política y la ayuda de un aliado poderoso, Cicerón, jugaban a su favor. Y, efectivamente, el 3 de enero de 43 a. C., tras duras sesiones, Octaviano fue conferido el imperium pro-praetore y la dirección de la guerra contra Antonio en compañía de los cónsules Hircio y Pansa. Así se cumplieron los cálculos de Octavio y obtuvo del senado la tan valiosa legitimidad que requería para continuar la guerra.

Para saber más

«De Octavio a Augusto»

Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 25

68 pp.

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TORTUGA, REFUGIO DE PIRATAS

No es difícil adivinar por qué la isla fue llamada así, ya que vista desde el mar parecía el caparazón de una tortuga. Tanto su ubicación, en el extremo noroeste de La Española, muy cerca del paso de Barlovento que separaba dicha isla de Cuba y era una ruta comercial de suma importancia, como su orografía, con un solo puerto en la costa sur y el resto de su perímetro cercado por acantilados, la convirtieron en un refugio ideal para los filibusteros. Parece que el primer asentamiento de la isla fue un puesto mercantil desde el que se comerciaba con los bucaneros de la región, los cuales ya solían atacar los barcos que navegaban por la zona. Con el fin de acabar con ellos, los españoles atacaron Tortuga en 1631, 1635 y 1638, y los ingleses en 1636, pero sin éxito, ya que los pobladores se limitaron a dispersarse por el interior para volver después; hasta que los franceses decidieron enviar un gobernador, Le Vasseur, en 1642. Bajo su mandato Tortuga prospera, pues ordena construir un fuerte que protege la entrada del puerto y acoge a todos los bucaneros que quieran instalarse en la isla, cuya capital se convierte en un lugar sumamente animado; nace la leyenda. Sin embargo, el auge del filibusterismo no va a dejar de inquietar a los españoles, que aún son los amos de la región y que, en 1654, reconquistan la isla, capturando a cientos de hombres y estableciendo una guarnición que permanecerá en ella durante un año. Tras ellos volverán ingleses y franceses y la década de 1660 verá un nuevo auge del filibusterismo basado en la isla, ahora gobernada por Bertrand d’Ogeron, que impulsa también los asentamientos en todo el oeste de La Española (que se convertirá en la colonia francesa de Santo Domingo). La decadencia de Tortuga comenzó en 1670, primero con el traslado de los bucaneros a otros puertos, y luego con la llegada, a partir de 1675, de un nuevo gobernador: Jacques Neveu de Puancey. Con el cambio de siglo los bucaneros están ya en pleno declive y la isla, que antaño albergara a personajes de la talla de Pierre le Grand, Pierre François, De Grammont, Laurens de Graaf o Mansfield, sin olvidar a L’Olonnais, se irá disolviendo en las brumas de la leyenda.