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¿Quién fue Zumalacárregui?

El militar español es, sin duda, la figura más emblemática de la Primera Guerra Carlista

Zumalacárregui se entrevista con el pretendiente carlista, don Carlos María Isidro
Zumalacárregui se entrevista con el pretendiente carlista, don Carlos María Isidrolarazon

El militar español es, sin duda, la figura más emblemática de la Primera Guerra Carlista.

Físicamente, podemos atenernos a la descripción que de él hace Benito Pérez Galdós en la novela homónima que le dedica y que abre la tercera parte de sus «Episodios Nacionales»: «Apareció Zumalacárregui, andando con viveza, la boina azul de las comunes muy calada sobre el entrecejo, ceñidos los cordones de la zamarra, botas altas, en la mano un látigo [...] Era el general de aventajada estatura y regulares carnes, con un hombro más alto que otro. Por eso y por su ligera inclinación hacia delante, efecto sin duda de un padecimiento renal, no era su cuerpo tan garboso como debiera [...] Era un tipo melancólico, adusto, cara de sufrimiento y meditación. La firmeza de su voluntad se revelaba más en el trato que a la simple contemplación del rostro, y había que oírle expresar sus deseos, siempre en el tono de mandatos indiscutibles, para comprender su temple extraordinario de gobernador de hombres, de amasador de voluntades dentro del férreo puño de la suya». Doble descripción pues, física y psicológica, que nos va poniendo en situación y nos permite profundizar.

Si su físico ya es algo fuera de lo común, veamos su extraordinario carácter. Sin duda fue un hombre recto, lo podemos comprobar cuando nada más recibir el mando del ejército carlista del Norte, gracias a un «golpe de estado» contra el coronel Iturralde, lo elige como segundo y deja en tercer puesto del escalafón al comandante Sarasa, el hombre que lo había aupado hasta su posición; o también cuando ordena rebajar la paga de sus soldados, voluntarios, a la mitad, porque la causa necesita dinero y no lo tiene. Sin duda fue también un hombre leal, a sus jefes ante todo, nos lo cuenta su experiencia vital previa a la guerra, el orgullo que siente cuando hace bien las cosas y la decepción y el sentimiento de injusticia que lo embargan cuando es separado del mando por no ser liberal; es muy probable que de no haber sido así, Zumalacárregui, como Quesada, que antaño había luchado por el absolutismo, habría sido un general del Gobierno y quién sabe si el carlismo habría llegado siquiera a desarrollarse, pero entre tanto había ofrecido su fidelidad a don Carlos, y no lo abandonará.

Para terminar, es importante recalcar cierta dualidad en el carácter de Zumalacárregui, entre la crueldad y el cariño. Un hombre que no puede dejar de decir a sus soldados: «Yo llevaría con resignación el profundo dolor que afecta a mi alma en este momento, confundiéndolo con el que vuestro semblante me anuncia, si el rigor de la disciplina no exigiese un castigo ejemplar [...] No, no es posible que yo continúe dirigiendo una guerra como la actual, sin vindicar antes la disciplina [...] Mis promesas deben ser cumplidas, porque de otro modo ni los malos temerían el castigo, ni los buenos confiarían en el premio». Terminado el discurso, dos de sus soldados fueron fusilados por un ataque frustrado, mientras, según Zaratiegui, el general se sentaba sobre un tocón cubriéndose la cara con las manos. Finalmente, Zumalacárregui fue un hombre de familia, como atestiguan las cartas a su hermano, liberal compro- metido, en las que no se aprecia inquina alguna, o sus contactos con su enemigo Espoz y Mina, al que requiere para que deje marchar de Pamplona a su mujer y

a sus hijas.

Este fue, en parte, Zumalacárregui, pero, por supuesto, hay mucho más.

Para saber más

«El ejército carlista del norte 1833-1839»

Julio Albi de la Cuesta

Desperta Ferro Ediciones

496 pp.

25,95 €

Todos los hombres mueren

«El ganado muere, los hombres mueren, yo mismo he de morir. Solo hay una cosa que nunca morirá: la reputación del hombre muerto». Así reza uno de los pasajes del libro «Hávamál», también conocido como «Dichos de Hár» o «Discurso del Altísimo», recopilación escandinava de dichos, consejos y reglas de sabiduría datada en fecha anterior al s. IX y cuya autoría se atribuía, al menos parcialmente, al dios Odín. Quizá fueran estas palabras las que tuvieran en mente algunos de los guerreros noruegos, suecos o daneses que navegaron hacia el sur en busca de botín, fortuna y renombre, a sabiendas de que quizá no regresaran vivos a sus hogares. Y es que de la lectura de los epitafios se deduce que la participación en expediciones de este tipo era considerada, en la sociedad escandinava del periodo, como algo honroso.