«El Tirador»: Un remedio ideal para expectativas modestas

La primera temporada de la serie constó de 18 episodios; la segunda solo de 8. ¿Por qué? Hace unas semanas Ryan Phillippe se rompió una pierna y eso alteró los planes de rodaje.

Probablemente, lo más delicado a la hora de adaptar una película para la televisión es decidir cuál es la adecuada. Si los recuerdos que el público tiene de ella son abiertamente desagradables, por ejemplo, ¿por qué iba a querer revivirlos? Y si son demasiado buenos, por otro lado, el riesgo es que el espectador quizá prefiera volver a ver el original que conformarse con un remedo –sin ir más lejos, fue inevitable pensar de esa manera durante la mediocre tercera temporada de «Fargo»–. A veces, pues, lo mejor es que la audiencia tenga una memoria más bien borrosa del modelo. ¿Hubiera funcionado «Westworld» tan bien como lo hizo si alguien se acordara lo más mínimo de «Almas de metal» (1973)? Pues igual no.

Muy poca gente tiene memorias especialmente nítidas del thriller «Shooter: El tirador» (2007), protagonizado por Mark Wahlberg. Se sabe que existió, pero poco más. No está de más recordar, pues, que era la historia de un ex marine de Estados Unidos que regresa al servicio a regañadientes y, tras ser falsamente acusado de asesinato, se convierte en fugitivo mientras trata de probar su inocencia y vengarse de quienes lo usaron como cabeza de turco de una conspiración política. Nadie juzgó necesario hacer demasiados cambios cara a la primera temporada de «El tirador» (2016), que vio la luz a finales del año pasado en Netflix.

Combinando esa premisa con referencias obvias a «El fugitivo» (1993) y «24» (2001-10), aquellos 18 episodios funcionaron como la típica mezcla de corruptelas gubernamentales, conspiraciones en la sombra y giros argumentales imposibles cuya principal seña de identidad era la actitud fascinada y casi fetichista –y del todo garrula– que adoptaba frente al poder de las armas. Similarmente su protagonista, Bob Lee Swagger (Ryan Phillippe), era retratado como el héroe definitivo, un individuo de habilidades militares casi sobrehumanas que por otra parte vivía de acuerdo al inquebrantable respeto al honor, la familia y la patria; el tipo de soldado que cada año manda flores a la madre de un compañero de pelotón caído en combate.

Pese a usar varios asuntos políticamente relevantes sobre los que en realidad no tenía nada que decir a modo de coartada narrativa, esencialmente aquella primera temporada era una intriga efectiva pero convencional, que combinaba largas secuencias en las que los personajes contaban el argumento en voz alta con secuencias de acción más o menos convincentes y que, a pesar del trabajo en general competente del reparto, no nos ofrecía grandes motivos para interesarnos por el destino de ninguno de los personajes. Y quizá en buena medida porque no tenía sentido albergar grandes esperanzas respecto a ella, la segunda temporada ha resultado traer consigo algunas sorpresas gratas.

Es cierto que desde el principio de la tanda de nuevos episodios queda claro que la fórmula no ha cambiado en exceso: la idea del cazador convertido en presa vuelve a ser un elemento narrativo esencial. Pero también es evidente que la serie es ahora más rápida, más visceral y bastante más grande. Nada más empezar la nueva temporada, la acción salta entre Washington, Frankfurt y varias localizaciones exóticas alrededor del mundo, y desde el principio las subtramas se multiplican. Pero lo más prometedor es que, a pesar de ello, «El tirador» parece decidida a ofrecer el tipo de hondura psicológica y emocional de la que hasta ahora había carecido. Sigue siendo, eso sí, ficción de género mucho más interesada en ajustarse al molde que en romperlo, pero hay formas bastante peores de saciar el hambre de historias de conspiraciones mientras esperamos a la sexta temporada «The Americans» y rezamos para que, en sus nuevos episodios «Homeland» recupere el nivel de antaño.