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«Slow food», comer de temporada y del agricultor vecino
Bueno, limpio y justo son los tres pilares de este movimiento que cada vez coge más fuerza en España
El 30% de la energía consumida en el mundo se debe al proceso de producción, distribución y consumo de alimentos, según datos de la FAO. «De 720 euros que cada familia gasta de media en España en alimentación para consumir dentro y fuera de casa cada mes, solo 220 se corresponden con los alimentos adquiridos». Esto lo afirma Jesús Pagán, cofundador de la iniciativa Foodtopia, en el blog Somos Triodos de Triodos Bank, entidad de banca ética que financia su proyecto. Su empresa que sirve menús en el Parque Científico de Murcia, lo hace sólo en recipientes de vidrio que los clientes adquieren la primera vez, ofreciendo productos ecológicos de alta densidad energética como las legumbres y garantizando que lo que venden no ha recorrido miles de kilómetros y, por tanto, no ha emitido kilos de CO2 para llegar hasta el plato. El proyecto ha calculado la reducción de consumo de energía vinculada a la alimentación que permiten estos esfuerzos, que sería la equivalente a 2,8 litros menos de consumo de petróleo por persona y día. Existe también un movimiento internacional que está cogiendo fuerza en España, llamado «Slow Food», que aboga por promocionar la calidad, la producción artesanal, la agricultura a pequeña escala y una forma de vida menos «fast». Justo lo contrario que la comida rápida, cuyos productos recorren miles de kilómetros antes de llegar al punto de venta y provienen de la producción industrial en grandes volúmenes. Los tres pilares del «Slow Food» son: Bueno, es decir, comida de temporada y que forme parte de la cultura local; limpio, es decir que no perjudique el medio ambiente ni la salud animal y humana, y justo, que se venda a un precio razonable y que garanticen una retribución justa para quien produce. La iniciativa arrancó a principios de los 80 a consecuencia de unas protestas en Roma por el futuro emplazamiento de un restaurante de comida rápida y ya está presente en 160 países. Su fundador, Carlo Petrini, ha sido reconocido como una de las 50 personas que podrían salvar la tierra, según el periódico inglés «The Guardian», precisamente por promover la protección de la biodiversidad y apoyar a estos pequeños agricultores. El emprendedor también es embajador especial del programa Hambre Cero para Europa de la FAO.
«A nivel internacional, Italia acapara el mayor número de socios: 40.000. También son potentes en Holanda, Alemania, Estados Unidos, Japón o Francia. En España el movimiento tuvo mucho peso en los 90; luego se desinfló y ahora está volviendo con fuerza. Ahora hay unos 2.000 socios, sobre todo en Cataluña y el País Vasco», explica Alberto López de Ipiña, consejero internacional de Slow Food.
El movimiento se dedica a multitud de actividades como dar formación en colegios y organizar campañas y ferias
de productos locales. Distingue a productores, procesadores, comerciantes y gastrónomos que trabajan para comercializar los llamados «alimentos y platos del Arca» y también cuenta con una red de restaurantes donde se intenta respetar los tres pilares poniendo en contacto a productores kilómetro cero
con chefs.
Nidos inteligentes en los parques Disney
Microsoft se ha unido a Disney para desarrollar unos nidos inteligentes para las golondrinas purpúreas, la mayor especie de Norteamérica. Desde 1966, el número de ejemplares ha disminuido alrededor de un 40%, según la Universidad de Cornell. Los nidos tienen forma de calabaza y están equipados con sensores ambientales y cámaras de alta resolución. Una tecnología de la que se benefician las aves que viven en su interior, ya que son los sujetos de un nuevo estudio que está revelando los detalles nunca conocidos de la vida de las golondrinas purpúreas, una especie que se encuentra en peligro. «En su nido de Florida, una pareja cría a sus seis polluelos, que crecen en Walt Disney World Resort con canciones de películas infantiles de fondo», explican.
42.000 puntos para reciclar cartuchos de impresora
Los fabricantes de cartuchos de tóner y tinta de las impresoras tienen obligación de financiar y gestionar los sistemas de reciclaje de sus productos a partir de este mes de agosto, fecha en la que los consumibles de impresión con partes eléctricas, es decir la mayoría de los que se comercializan, se considerarán aparatos electrónicos y, por tanto, se les aplicarán las mismas obligaciones que al resto del hardware en cuanto a reciclaje. Por este motivo, la entidad Recyclia, que agrupa a las Fundaciones Ecopilas, Ecofimática, Ecoasimelec y Ecolum (que centra su actividad en la recogida selectiva y el reciclaje de los equipos y dispositivos eléctricos y electrónicos en desuso y de las pilas desechadas), ha decidido poner en marcha el primer sistema colectivo de recogida y gestión de estos residuos, bautizados como Tragatóner y Tragatinta, que se instalarán en grandes superficies y establecimientos comerciales, grandes empresas, edificios públicos y
puntos limpios.
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