El desafío independentista
Lo que importa
No se trata solo del amplio nivel de concesión de competencias a las Comunidades Autónomas sino que, además, se articuló una idea de fomento de identidades y de ideologización de lo propio y excluyente. En estas circunstancias que se ponga en duda que España es una democracia, causa estupor
Duele la imagen que, de España y de los españoles, los separatistas dan en el exterior. Se dicen cosas tan duras y ridículas como que no vivimos en un Estado de Derecho, como que hemos dado un golpe de Estado, que vulneramos los derechos humanos, que no hay separación de poderes, que hay presos políticos... Se difunden además imágenes tan falsas como hirientes.
Habría que interponer una acción de daños por atentado al prestigio institucio-nal, dignidad y autoridad moral del Estado (vid. Sentencia del TS 408/2016, de 15 de junio, etc.), cuyo quid radicaría en que implícitamente se declararía que tales aseveraciones son mentiras; lo que puede ser importante para cortar esa batalla internacional que pretende librar el Sr. Puigdemont. Lo peor, con todo, es que además de mentiras se puedan decir bobadas. Y que se digan tantas y tantas bobadas. Pero que puedan tener éxito y se voten; bobadas como que la bandera de España es franquista y cosas que se contradicen por los hechos, pero que no solo ya las dice Puigdemont sino también otros partidos. En ciertos debates televisivos se expresan también a veces tales opiniones ridículas, todo vale, una opinión contra otra.
Es también hora de conocer y difundir qué se estuvo haciendo en Cataluña con el dinero público en relación con factores y procesos de ideologización, independentismo y supuesta normalización. El problema no es solo el adoctrinamiento en las escuelas... Es que las bases mismas del sistema institucional que tenemos desde hace décadas propicia, porque en ello consiste, la creación de identidades nacionales propias, que son objeto de fomento a base de dinero público. A esto se le llamó «normalización». Los separatistas han empleado medios financieros para ir creando su soberanía y por supuesto para tener los debidos asesoramientos y estudios necesarios para el proceso independentista. Si se financian las identidades propias, al final todo esto termina desembocado, por pura lógica, en la independencia o en la creencia o idea de una soberanía propia. ¿De qué nos sorprendemos ahora? El último escalón es, entonces, hacer lo mismo pero «violentando» (no olvidaremos nunca el terror que hemos tenido que sufrir durante los últimos meses, por la posible ruptura de la unidad nacional y pérdida de territorios). La violencia o violentación es tan clara que es precisamente aquello que diferencia los últimos sucesos de aquellos otros de años pasados, iguales materialmente, pero carentes de aquel elemento.
España es una democracia y un Estado de Derecho. Ya incluso durante los años sesenta se dictaron leyes que situaban nuestro ordenamiento en una primera línea a nivel jurídico-comparado, como la Ley de jurisdicción contencioso-administrativa, la ley de expropiación forzosa, la ley de procedimiento... A partir del año 1975 se dio un salto hacia una superdemocracia, porque en ningún país de Europa se otorgaron tantos derechos a las regiones. No se trata solo del amplio nivel de concesión de competencias a las Comunidades Autónomas sino que, además, se articuló una idea de fomento de identidades y de ideologización de lo propio y excluyente. En estas circunstancias que se ponga en duda que España es una democracia, causa estupor.
Por eso, Europa apoya; pero más bien se asombra. Y, si esto es así, ¿por qué no aprovechar esta realidad europea actual favorable para convertir a España, por fin, en un país europeo donde no haya fomento de ideologizaciones nacionales propias? Se habla de una posible reforma constitucional, pero tiene que haber «un antes y un después» de toda esta penosa experiencia. Independientemente del propio Estado federal, o de cualquier reparto de competencias que quiera hacerse, lo que realmente importa es poner fin a la idea de fomento a la ideologización y la normalización, actualmente ya innecesaria. Libertad sí, fomento no. Se abre una nueva etapa donde hay que poner fin a todo esto. Esto es lo que importa. Sin ello, el futuro será cada vez más incierto: aplicaremos la ley, pero habrá cada vez más separatistas. A lo que se sumará el hecho de que la mayor parte de la población seguirá concentrándose en tales regiones, mientras que otras quedarán más despobladas y pobres si cabe; y por tanto sin voz ni voto.
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