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«A veces, la culpa es un acto de justicia»
«Huir, sufrir, buscar, vivir» clausura la trilogía del ahogado con la historia de un falso muerto
«Huir, sufrir, buscar, vivir» clausura la trilogía del ahogado con la historia de un falso muerto
Cuando se asoma al mar se enfrenta con los fantasmas de su infancia, con la maldad atávica de los niños que se regocijan en las muertes ajenas, pero lo hace sin remordimientos ni congojas. Su padre murió en esas aguas intentando escapar de la isla y Fernando Delgado (Tenerife, 1947) sólo se encuentra confiado si la marea no pasa de los hombros. Este elemento es el hilo conductor de la «Trilogía del ahogado», editada por Planeta y compuesta por «No estabas en el cielo» (1996) e «Isla sin mar» (2002), que ahora se concluye con «El huido que leyó su esquela».
–Con casi 70 años, ¿ha llegado ya el momento en el que el mar deje de devolverle la cara de su padre?
–Pues no, porque el mar es una presencia continuada, poética, lírica y humana, lo que pasa es que el mar no me gusta en su interior. Ni me gusta como camino, me rodea, necesito la contemplación y que sólo me alcance hasta el cuello. A partir de ahí ambos rompemos la relación. Me gusta el mar de la orilla, por eso la novela es evocativa en el sentido de que cuando yo era pequeño e íbamos a la playa había un niño que me decía siempre que mi padre, que efectivamente ya no vivía, había desaparecido por el mar. No se sabía bien si desaparecido, porque se fue nadando o como ahogado. El niño daba las versiones que quería para inquietarme, lo cierto es que yo lo contaba en mi vida familiar, y siempre he tenido una relación con esa playa porque allí he visto la figura de mi padre, por el que no siento gran nostalgia ni excesivo apego. Donde único lo veo y lo recuerdo es allí, procuro evocar esa figura es en ese lugar.
–La insistencia del niño es muy macabra, muy de ese sentimiento negro de España.
–Desde luego, aunque no sé si los niños españoles son distintos a los de otros países, pero sí sé que son muy macabros. Nos gusta insistir porque no le tenemos mucho miedo a la muerte. Nos gusta inventarnos la muerte, jugar con la muerte...
–Porque también nos pesa demasiado el concepto de la culpa, siempre hay que buscar un culpable, que nos atormenta y que está muy presente en esta novela.
–Sí, pero fíjate que la culpa es a veces un modo de indulgencia. No siempre es un pecado a perseguir, porque tiene aspectos muy distintos. Incluso cuando es pecado, hay uno gratificante que es no desear la mujer de tu prójimo, porque desearla al fin y al cabo o es tan nocivo como «No matarás». Hay culpas y culpas, y pecados y pecados. También pasa con nuestras vidas, porque a veces la culpa es un acto de justicia. A veces te lleva al cumplimiento de un acto justo.
–Weber pensaba que la conciencia es el último reducto de la represión. En «El huido que leyó su esquela» todos tienen algo que ocultar o que culpar a los demás.
–En efecto es así, porque es un mundo inquietante porque parece que todos, no es que se lleven mal, estuvieran sometidos a sospechas, incluso los visitantes de la librería de Antiquariat, que están bajo inquinas y sobre los que pudiera caer en algún momento un tipo de culpa. Creo que sólo se salva el hijo.
–Ahí ya entramos en Charles, Carlos, Karl, tres nombres que están en el padre y sus hijos, pero que lo que hacen es cerrar una misma identidad. Es como un círculo. ¿En qué momento nos determina nuestro nombre?
–No sé de qué modo, pero sí soy una persona que le pregunta a la gente por qué le han puesto ese nombre. Los nombres mi importan mucho, desde siempre. Yo estuve a punto de llamarme Carlos, quizás de ahí viene la cosa. Mi madre me iba a llamar así, pero de repente llegó un niño amigo de mi primo al que comenzó a llamarlo Fernandito y entonces pensó en ponérmelo. Ese nombre de Carlos, que casi tuve, me ha gustado siempre mucho hasta el punto de encontrarme en la vida con amigos y con personas con las que he tenido relación amorosa y siempre aparece este nombre Carlos, Charles...
–¿Y cómo llega hasta Suiza, que no tiene nada que ver con Tenerife?
–(Risas) Mira, es que fui invitado por la Universidad de Berna a intervenir allí después de recibir el Premio Planeta en 1995. Allí conocí todos estos espacios y a otros personajes, porque también hay alguien en la novela que es una profesora que era amiga de Vicente Aleixandre y de los poetas que vivían en torno a él como Carlos Bousoño o Francisco Brines. No voy a decir el nombre exacto, es un personaje que tuvo relación con el mundo literario español aunque no aparece en la novela.
–¿De verdad es tan importante tener un lugar en el mundo? Es una de las tesis de la novela...
–Pues no creo que sea muy importante tener un lugar en el mundo. Yo soy un insular que lleva mucho tiempo fuera de la isla, aunque tengo el sentimiento de la insularidad. La isla es fundamental en mi educación sentimental y en mi vida, pero no tanto en un sentimiento final, aunque sí de vinculación.
–La isla es clave como elemento literario.
–Por eso digo que el mar de la orilla es fundamental para mí porque la concepción de la isla es determinante para mí. Entonces, no me siento tan tinerfeño o canario como verdaderamente insular.
–En una isla es muy difícil huir, como le pasa a Charles...
–Lo que sucede es que es un personaje que no ha encontrado su verdadera identidad. Para empezar su madre no es su madre, es la hermana de su madre. No la llega a conocer viva, no sabe si Madrid es su territorio, llega destinado a una isla a la que no le apetece ir. No sabe por qué está allí, pero de repente se siente escapado de allí en París.
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