Política

Andalucía

Bombardeos en la triple frontera

Estado en el que se encuentra la carretera que une los municipios de Santa Eufemia y la Serena / Foto: La Razón
Estado en el que se encuentra la carretera que une los municipios de Santa Eufemia y la Serena / Foto: La Razónlarazon

Además de escritor, Miguel de Cervantes ejerció un variopinto surtido de profesiones. Como recaudador de impuestos, una de sus dedicaciones, el prodigioso autor recorrió los caminos de buena parte de la Baja Andalucía. La comarca de Los Pedroches la conocía al dedillo. Las descripciones de varios capítulos de la segunda parte del Quijote así lo demuestran. Pues ni hace cuatro siglos, la vía que une Santa Eufemia con la Serena, provincia de Badajoz, fue recorrida por caminos tan infames como los que la atraviesan hoy. La realidad supera al paso del tiempo. Un santaeufemiano del siglo XXI tiene que andarse con más cuidados que Cervantes en el XVII si quiere llegar por carretera al extremeño Peñalsordo, pasando por la villa castellano-manchega de Guadalmez. En esta confluencia de tres comunidades autónomas, en un paisaje sobrevolado por imponentes águilas y buitres, el alquitrán parece haber sido recientemente acribillado por una bandada de superbombarderos B-52. La guerra, quién lo dudaría, ha pasado por aquí.

«Mucha gente de la zona y de las comarcas limítrofes usan esta vía a diario para trabajar, para ver a su familia en los pueblos vecinos y para acceder a sus fincas», explica Gloria Chamorro, alcaldesa electa de Guadalmez, provincia de Ciudad Real, uno de esos pueblos que conforman la España vacía y olvidada. Sin seguridad en el tránsito entre las vías de comunicación, el perjuicio se revela «mayor aún» en una zona como ésta, «deprimida y alejada», subraya Chamorro.

Viniendo desde Córdoba, pasado Guadalmez, ya en el término municipal de Badajoz, está vedado rebasar los 30 kilómetros por hora incluso en el interior de un tanque. La prohibición no la impone una señal vial, sino que la recomienda el mero instinto de supervivencia. «Pasar sólo de los 20 kilómetros por hora es una temeridad», advierte Fali, santaeufemiano de origen y de vocación, quien recuerda que el problema más grave corresponde a la Junta de Extremadura y a la Diputación pacense. «Es el modo en el que el socialismo cuida de sus pueblos», dice antes de señalar socavones en los que, una tarde de lluvia, podría quedar sumergida hasta las cejas una criatura de siete años.

Además de los mencionados, hay otros pueblos de esta marca triplemente fronteriza implicados en el adecentamiento del firme de las carreteras, principalmente el que recorre los dominios extremeños. Las reivindicaciones son reiteradas en Garlitos, Capilla, Almadén, Cabeza del Buey y Alamillo. La construcción del embalse de La Serena, hace casi tres decenios, propició que la Confederación Hidrográfica del Guadiana plantara en la comarca una modesta red viaria. Desde hace dos décadas, según cuenta Chamorro, la carretera tiene un estado «lamentable, peligroso y tercermundista».

La alcaldesa de la vecina Guadalmez, que no ha desistido hasta conseguir que el tramo de firme de su término municipal esté siendo adecuado tras eternidades de espera, no ha dejado de liderar un movimiento de lamento multiprovincial no solamente entre tres territorios sino entre tres grandes administraciones y sus salones de té, las diputaciones. La repera. En la corte de la burocracia, el desdén es el rey. Y en esta España interior, que no se vacía de vicio ni por casualidad, no están para bromas.

Hay vecinos en Santa Eufemia, cuenta Fali al volante de su Land Rover, que han visto beber a linces en las pozas de la carretera que lleva a la Serena desde Guadalmez. «Al lince sí que los cuidan bien los políticos», por no hablar de «los lobos». Algunos de ellos se preguntan, con más ironía que otra cosa, si el propósito de quienes rigen la cosa pública es que estos pueblos incrustados en las estribaciones de Sierra Morena acaben engullidos por la madre naturaleza, en una especie de abducción bucólica.

Fali frena de repente. Una jabalina cruza la carretera seguida por una legión de jabatos. Son en total siete crías. El sexto se ha caído en un socavón del alquitrán y se descuelga del núcleo familiar. Le cuesta salir del agujero. La madre jabalina frena su marcha. Oye a su criatura, se da la vuelta y mira al piloto y al copiloto del Land Rover como sólo lo hace un acentuado instinto maternal. En el interior del vehículo nadie pestañea. Un día de éstos se publicará en una página de sucesos un hecho extraordinario ocurrido entre Guadalmez y Peñalsordo.

Jabalíes de este calibre vería Cervantes en sus andanzas por estos andurriales, pero no un camino con boquetes como cárceles. Dicen por la comarca que aquí liberó el Quijote a los galeotes de la Santa Hermandad. A ciertos prebostes de lo público, sin embargo, les importa una higa los cuentos de gigantes y molinos. La comarca ya ha asumido el bombardeo y la guerra.