Asuntos sociales
César, los peligros de un niño precoz
Sus padres piden amparo al Defensor del Pueblo ante la negativa de la Junta a realizar una segunda valoración al menor, tratado en el colegio como un alumno con «retraso profundo»
Sus padres piden amparo al Defensor del Pueblo ante la negativa de la Junta a realizar una segunda valoración al menor, tratado en el colegio como un alumno con «retraso profundo».
César nació el Día de Andalucía de 2012. A sus cuatro años es un «niño especial», siempre lo ha sido, y no porque lo digan sus padres. Lee y escribe, sabe contar hasta el número 500.000 y conoce el sistema circulatorio y digestivo. Pero también le gusta jugar al pilla-pilla, ir a cumpleaños y estar en el parque con sus amigos, como uno más fuera del colegio. El centro educativo, en cambio, se ha convertido en un problema para él. Asociadas a sus llamativas «capacidades», César desarrolla conductas indeseadas en su clase: se muestra distraído, se aburre y llega a distraer a sus compañeros. El aprendizaje escolar no supone un reto para él como para los demás.
La Consejería de Educación tenía contabilizados el curso pasado diez mil menores con altas capacidades intelectuales que reciben un apoyo educativo específico para ajustar el nivel curricular a sus características, evitar conductas anómalas y fomentar su motivación escolar. César no está aún entre ellos. Sus altas capacidades no se diagnosticarán legalmente hasta los seis, antes de esa edad es simplemente un niño precoz. No obstante, en abril de 2015, el equipo de orientación educativa de Alhaurín el Grande, en menos de una hora de evaluación, le diagnosticó un «retraso evolutivo grave o profundo». Y siguiendo este dictamen de escolarización, el pequeño recibe la «ayuda» de un monitor de educación especial. «Mi hijo se lleva todo el día escribiendo el ‘1’, cuando querría aprender el 500.001», dice su madre. Raquel y Miguel Ángel, sus padres, han acudido al Defensor del Pueblo Español como última instancia, con el objeto de conseguir lo que la Junta le niega hasta concluir el segundo ciclo de infantil: una segunda valoración que le permita recibir la ayuda escolar que precisa y acabar con lo que hoy supone un tormento al menor: ir al cole.
A la familia Corral Puga, de la localidad malagueña de Cártama, no le son nuevos conceptos como superdotado o altas capacidades. En primera persona han sufrido padre y madre esa espada de Damocles que siempre cuelga sobre estos menores llamada fracaso escolar o inadaptación social. «César era un niño más despierto de lo habitual, pero con dieciocho meses empezó a desconectar del mundo. Fuimos con miedo al Centro de Atención Infantil Temprana (CAIT) Fahala y en veinte minutos nos dijeron que era autismo, que César jamás sería un niño feliz», explica Raquel, cuya preocupación le llevó a solicitar una segunda opinión en Alhaurín de la Torre, en el Complejo Virgen de la Candelaria. «Ese día entendí lo que era un CAIT. ‘Ni en 45 minutos ni en un mes podemos valorar a un niño’, nos dijeron. Por fortuna, mi hijo no padece autismo, tiene la desgracia de ser más inteligente que la media», explica. Los padres se sienten inmersos en un «proceso de Kafka». «No se trata de no querer aceptar el retraso mental del niño. Si así fuese, lo haríamos. Mi hijo ha empezado el curso y se pregunta: ‘¿por qué yo no puedo aprender nada?’. César llora desde el primer día que va a clase. Sé que es un niño raro, pero no es autista. En vez de potenciar el ‘1’, debería aprender el 500.001. Y cuando ve a la profesora, incluso vomita. Sabemos que César tiene un problema, y severo, por eso necesita un soporte especializado».
Todos los intentos de solucionar la situación han terminado en el mismo lugar, una segunda valoración que se repetirá al concluir el segundo ciclo de infantil, con seis años, pero hasta entonces César no puede desconectar del mundo. «Queremos que sea feliz, pero cuando llega a la puerta del colegio se transforma», añade la madre.
Bibiana Villalta, psicóloga de César, ha seguido su evolución los últimos dos años, realizado los informes de seguimiento, y confirma lo expuesto: «Es un niño especial, le gusta el colegio pero se aburre. Necesita ayuda por sus altas capacidades, no por un retraso». La incoherencia de la Administración llega a proponer ayuda escolar para el control de esfínteres, cuando no lo requiere. «Tiene mucho carácter; si le obligas a algo se cierra en banda. Necesita la ayuda adecuada, tiene muchas evaluaciones hechas y ya dice ‘no’ cuando se le plantean. Es imposible que el dictamen escolar sea correcto. Es cierto que tiene cierto retraso en el lenguaje, pero cuando habla lo hace bien, con mucho vocabulario, adaptado a su entorno, pues sus padres tienen también coeficientes intelectuales altos. Es una maquinita, se distrae leyendo matrículas y entiende conceptos como -1 o -2. Para que lo entiendan todos, es un pequeño Sheldon Cooper, el protagonista de Bing Bang Theory»
La oficina del Defensor del Pueblo Español, tras estudiar la solicitud de la familia Corral Puga, «ha decidido dirigirse a la Consejería de Educación al efecto de solicitarle información sobre los hechos descritos en la queja». Previamente, el caso pasó por la Fiscalía del Menor al entender la familia que se estaban vulnerando los derechos fundamentales del niño, sin que hasta la fecha se haya obtenido respuesta. Sin un cambio de diagnóstico, con seis años César tendría que ir a un aula específica, lo que supondría su salida del colegio actual. En el CAIT fue dado de alta, pero continúa en seguimiento por el déficit en relaciones sociales. Su psicóloga podría llegar a entender que le diagnosticaran un trastorno específico del lenguaje, pero un retraso profundo supone una aberración del sistema.
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