Andalucía

Cruz-Conde

Calle Cruz Conde de Córdoba / Foto: La Razón
Calle Cruz Conde de Córdoba / Foto: La Razónlarazon

José Cruz-Conde Fustegueras lo mantuvieron en el callejero de Córdoba Julio Anguita y Rosa Aguilar, dos alcaldes que son la viva encarnación del fascismo cavernario. Durante la pasada legislatura, la corporación rencorosa que gobernó en la ciudad califal lo pasó por la guillotina de la memoria histórica dizque por franquista. Un franquista tan raro que murió escondido en Madrid a comienzos de 1939, antes de que Franco llegase a mandar y dejó como testamento político un soberbio libro de memorias en el que criticaba con ferocidad el ansia de poder del general ferrolano (fue el primero que lo llamó «dictador» e ironizó incluso con su autonombramiento como cabeza de la Iglesia nacional) y se adornaba con un repasito en toda regla («absurdo», «borrachín», «charlatán...») a Queipo de Llano. Fue un destacado jerarca durante el régimen de Miguel Primo de Rivera, eso sí, aunque en menor medida que el celebrado socialista Francisco Largo Caballero. El militar jerezano, africanista como él, lo nombró alcalde de Córdoba, a la que revolucionó con una reforma urbanística que aún disfrutan sus vecinos; y comisario de la Exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla, de cuyo legado todavía gozan aborígenes y visitantes (¿le suena a alguien la Plaza de España?). José María Bellido y sus socios municipales van a restaurar, con toda justicia, a este prócer en el nomenclátor, lo que constituiría una magnífica noticia si no cupiese ponerle un pero bastante gordo: omitirán en la placa el nombre de pila y el guión del apellido compuesto por nosequé prurito que sólo cabe contemplar como descomunal complejo. Quien actúa acoquinado en el desempeño de los cargos, admite la superioridad moral que se arroga el adversario. El bastón de mando no es un préstamo y ha de empuñarse con firmeza de conquistador.