Viajes
De secano
Ningún circuito turístico que se precie prescinde de un trayecto acuático, ya sea un ferry para cruzar de cualquier parte a un lugar cualquiera ya sea un pequeño crucero lacustre. En los destinos urbanos, el bateau mouche parisino se ha extendido como una plaga. Todas estas travesías, y no había de ser una excepción el abordaje a Kangaroo Island desde Adelaida, requieren la perentoria ingesta de una pastilla contra el mareo: un placebo o, como poco, un remedio de escasa eficacia que si algo asegura es somnolencia y no impidió que alimentara la fauna marina del Pacífico en el cuarto de hora que se tarda en llegar a la cárcel de Alcatraz ni que hubiera de ser socorrido por una pareja de uros, la comunidad flotante del Titicaca. En tres ocasiones ordenó la superioridad desplazarse a Ceuta como enviado especial y otras tantas veces comprobé la salubridad de los retretes de Transmediterránea, pues la náusea es fiel compañera tanto en los fuerabordas que, literalmente, se adentran en las cataratas de Iguazú como en los botes que surcan la frontera fluvial del Mekong entre Vietnam y Camboya. Y no es cosa del calor tropical, desde luego, porque también rompió filas el aparato digestivo con los fríos árticos de un avistamiento de ballenas en Islandia e igual durante el invierno austral, de camino al glaciar Perito Moreno. En un puente de la Purísima que coincidía con el festival de cortometrajes de Aguilar de Campoo, planeamos una escapada de románico y cine alternativo que fue perfecta hasta que a alguien se le ocurrió navegar el Canal de Castilla, que ya son ganas, donde yace íntegro el cocido montañés con el que nos acabábamos de homenajear. Nunca falta el desalmado del barquito ni los tontos que le hacen caso. Las próximas vacaciones, por mis muelas que me voy al desierto del Gobi.
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