Lucas Haurie

Débil sostén

La Razón
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Rauda como negro en olimpiada, Susana Díaz adjetivó con dureza el «espectáculo» (las comillas son suyas) de las instituciones catalanas en su carrera hacia la secesión. Su inequívoca defensa de la unidad nacional, que no es otra cosa que una extensión de la igualdad de los españoles ante la Ley y por ende de la vigencia de una democracia digna de tal nombre, se alaba con profusión en algunos medios nacionales, curiosamente los menos escorados a la izquierda. Bien está que cultive su imagen de «mujer de Estado», imprescindible para la progresión de una carrera condenada a ser meteórica: la presidenta de la Junta pedalea sobre algunas virtudes pero también sobre muchas limitaciones y, siguiendo el símil ciclista-revolucionario de Lenin, está condenada a avanzar o caer. Es decir, no puede permitirse ni un segundo de pausa para cumplir con la ¿aburrida? tarea de gobernar Andalucía porque si por un momento se callase y comenzase a gestionar, se le vería el cartón. ¿Cuánto hace que esta columna no versa sobre una acción, aunque sea mala, del ejecutivo autonómico? Puede que sea culpa del firmante, vale, pero también habrá contribuido a ello la decisión de Díaz de poner al formidable aparato juntero a trabajar en pro de su liderazgo partidario. Ayer, en Córdoba, habló alto y claro contra el denominado «derecho a decidir», lo que no puede sino interpretarse como una (otra) admonición a su atolondrado secretario general, al que parece preguntar: ¿Con estos tíos quieres pactar tú, miarma? Pues quiere el tío. Ya es triste que no haya en toda la progresía española, o en lo que quiera que sea el PSOE, otro dique frente al disparate. No es nada sencillo sostener un país sobre tan febles pilares.