Sevilla
Deciden los fanáticos
Ah, la democracia. La nueva política, al cabo, resulta que consiste básicamente en dar apariencia asamblearia a lo que sigue siendo fruto de componendas y maniobras, valga el eufemismo consenso. Los partidos son organizaciones jerarquizadas en las que, por supuesto, no todas las opiniones valen lo mismo. El futuro de dos ciudades españolas importantes se jugó el domingo bajo reglas de impecable exquisitez democrática: y un pimiento. Votaron tres mil (un pequeño reducto de movilizados, casi seguro que por interés bastardo la mayoría y unos cuantos en su bienintencionada ingenuidad) decidiendo por millones. Las bases de Barcelona en Comú decidieron romper el pacto con el PSC en el Ayuntamiento de la capital catalana,con 2.059 votos a favor de las tesis de Ada Colau por los 1.736 que se pronunciaron en contra. No llegaron a 3.800 los sufragios sobre 9.500 inscritos; a casi mil kilómetros, en Sevilla, 2.058 cofrades de La Macarena eligieron a José Antonio Fernández Cabrero como su hermano mayor, superando a los 1.732 que se pronunciaron a favor de Santiago Álvarez Ortega. Unos 10.000 macarenos tenían derecho a voto, que ejercieron 3.839. Estas cifras, casi idénticas, nos mueven a una reflexión que va más allá de la guasa cabalística: superada la era de los movimientos de masas, la fuerza prevalente en nuestras opulentas sociedades posmodernas es la inercia. Pero una inercia peligrosa, ya que nos dejamos llevar a partir del impulso que imprime una minoría organizada, que a menudo resulta ser la más fanática. He ahí la base teórico-práctica del leninismo. Hace justo un siglo, en Rusia, se instauró la mayor máquina de asesinar de la Historia gracias a la decidida acción de un pequeño grupo de bolcheviques... y a la aquiescencia de millones de despistados.
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