Elecciones andaluzas
Díaz cumple cuatro años en el cargo con la presión de jugárselo todo en 2019
La presidenta no ha puesto en marcha medidas prometidas en 2013 como el reforzamiento de la Cámara de Cuentas
La presidenta no ha puesto en marcha medidas prometidas en 2013 como el reforzamiento de la Cámara de Cuentas
Susana Díaz cumple cuatro años en el cargo. 1.460 días que han sido una montaña rusa tanto a nivel institucional como orgánico. En este tiempo se han sucedido unas elecciones, tres gobiernos tras la última remodelación de junio y dos socios parlamentarios: IU dentro y Ciudadanos fuera del Ejecutivo. La única línea que se ha mantenido constante es la bajada del paro, en consonancia –aunque en porcentaje inferior– a la media nacional. Hay dos fechas claves que enmarcan la trayectoria de Díaz en este tiempo: el jueves 5 de septiembre de 2013, cuando fue investida presidenta en la Cámara autonómica con el apoyo de Izquierda Unida y el domingo 21 de mayo de 2017, cuando bien entrada la tarde se confirmó su derrota en las primarias socialistas frente a Pedro Sánchez. Ese día se cortó en seco un despegue nacional que parecía inexorable. Y en la caída repentina se arruinó también su aureola de líder nacional. Ahora Díaz ha vuelto a atrincherarse en el feudo autonómico. Está abocada a jugárselo todo en las próximas elecciones que por calendario tocan en 2019. Es el último cartucho –esta vez sí– que le queda en la recámara.
Díaz pidió por primera vez la confianza de la Cámara en un contexto que difiere mucho del actual. Llegó a San Telmo de la mano de Griñán y con la urgencia de las aguas altas del caso de los ERE, que alcanzaron al ex presidente andaluz apenas 72 horas después de que Díaz tomara posesión del cargo en el Parlamento, en una ceremonia de corte popular que tuvo algo de boda y algo de bautizo. Ese día, por cierto, Susana Díaz se fotografió en la Cámara delante del busto de Blas Infante junto a todos los ex presidentes autonómicos. El distanciamiento con Chaves y Griñán por su imputación en los ERE provocó que la imagen no se repitiera hasta el Congreso Regional de julio que fue, en cierto modo, un acto de desagravio a los dos ex mandatarios. Con la corrupción como principal problema, Susana Díaz abundó en su primer discurso de investidura en la necesidad de una regeneración democrática. «A mí me avergüenza la corrupción y rechazo tanto la complicidad como la tibieza. Me propongo combatirla con todas mis fuerzas desde la presidencia de la Junta», deslizó. Y propuso una serie de medidas que se han cumplido sólo a medias. El Gobierno andaluz ha impulsado el acuerdo político para que tanto los miembros del Ejecutivo como sus parejas presenten sus declaraciones de la renta. Sin embargo, ni esta obligación alcanza a todos los cargos públicos, tal y como anunció Díaz, ni se ha desarrollado el meollo de las medidas de vigilancia contra la corrupción. Esto es, una modificación normativa para ampliar las competencias de la Cámara de Cuentas, y que el máximo órgano de fiscalización externa pueda imponer multas coercitivas a los responsables públicos, así como la prohibición por ley de las donaciones privadas a los partidos. No es el único incumplimiento. También avanzó Díaz en su discurso que se proponía incluir un «indicador sobre desigualdad», ya que «un gobernante responsable no puede estar solo pendiente del Ibex 35». Y fue precisamente la ronda con los principales empresarios del Ibex –Emilio Botín, Francisco González, Isidro Fainé o Borja Prado– su principal golpe de efecto en los meses siguientes a la investidura. Un golpe de efecto dirigido con el fin añadido de almidonar su imagen nacional, porque si algo ha marcado estos cuatro años ha sido la puerta siempre entreabierta para el vuelo a Madrid. Conviene recordar que Pedro Sánchez cogió el testigo de Rubalcaba en julio de 2014. Y ese fue el primer tren que Susana Díaz dejó escapar.
Con todo, los mayores problemas de Susana Díaz en estos cuatro años no han venido ni del juzgado de Instrucción número 6 –tras el apartamiento providencial para el PSOE de la jueza Alaya– ni de las listas de Inem, los dos principales caballos de batalla de Griñán en los cuatro años previos (2009-2013). El gran problema han sido las revueltas sanitarias que amenazan con repetirse el próximo octubre, justo un año después de que explotaran. «Lo hemos pasado mal», deslizó Susana Díaz en el XIII Congreso del PSOE-A refiriéndose al polvorín sanitario. Lo dijo un día antes de que llegara Pedro Sánchez. Con Chaves, Griñán, Alfonso Guerra y Rodríguez de la Borbolla en primera fila delante del escenario. Al día siguiente Susana Díaz retó a Sánchez a que no le hiciera elegir entre su lealtad como presidenta y como secretaria general. Un claro aviso de que a la guerra entre los dos líderes le queda una última batalla: las próximas elecciones autonómicas y generales. El que pierda gastará –esta vez sí– el último cartucho.
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