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Eduardo Torres-Dulce: “Es muy difícil vivir sin amor”

Presenta «Los amores difíciles», cuando el hombre y la mujer no se entienden en la gran pantalla

Eduardo Torres-Dulce: “Es muy difícil vivir sin amor”
Eduardo Torres-Dulce: “Es muy difícil vivir sin amor”larazon

Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) acaba de publicar con Notorius «Los amores difíciles», un repaso a las mejores películas románticas que se rodaron entre 1930 y 1960; una guía para conocer los secretos de las relaciones más turbulentas que ha dado el periodo clásico del cine.

–¿Hay algún amor fácil?

–No sé si hay algún amor fácil, sí hay amores muy complicados y difíciles. De lo que me ocupo en este libro es precisamente de los de esa categoría en el cine. Bien es verdad que también para dramatizar algo debes hacerlo difícil, no complicado, pero hay amores alocados como los de «La fiera de mi niña», que no trato en el libro, y hay otros más plácidos. En general es como la vida de una persona, hay altos y bajos, y el amor muy fácil dramáticamente no tiene interés y además oculta corrientes subterráneas.

–Vamos, que usted apuesta por lo complicado.

–Bueno yo no, el que apuesta es el cine, aunque se trate también de cómo se enfrenta este hecho dramáticamente y en la vida. Creo que las cosas lo que deben de tender es a la felicidad y uno piensa que eso es un poco el tipo de vida que proponen Horacio o Fray Luis de León, el que se aleja del ruido, que es donde hay complicaciones, pero eso también te mantiene vivo. Un amor que no tenga la antorcha encendida..., ya sabe que hay un género de Sinatra, «the torch songs», las que mantienen la antorcha.

–¿Qué historia le hubiera gustado vivir de las que recoge en el libro?

–Es difícil de contestar, probablemente todas esas que tengan un final feliz. Si tuviera que buscar, algo que es muy complicado, me gustaría la de «Misión de audaces» porque uno es muy fordiano y también «Con la muerte en los talones», que es una película que crece y crece en mi corazón. Si me da a elegir, uno preferiría ambientarse en la nariz de Lincoln en el Monte Rushmore.

–¿Qué director se acerca mejor al amor?

–Cualquiera que tenga que contar cosas propias mirando alrededor. Cada uno lo hace de manera muy distinta. Al principio Ford, no parece un director muy próximo a las historias amorosas, pero sí lo hace en «El joven Lincoln»; pero probablemente sea Leo McCary el que tenga un sentimiento más especial para acercarse a historias como «Dejad paso al mañana» o las dos versiones de «Tú y yo», que son sencillamente maravillosas; y luego Lubitsch, para quien dos son tres, porque siempre hay un triángulo, uno descubre «Ninotchka» o «El cielo puede esperar» y piensa que quizás el más sabio sea él.

–¿Y el desamor?

–La película para mí más plagada de desamor, aunque parezca lo contrario, o de un amor de ida y vuelta, es «Casablanca» y las dos de Mizoguchi que recojo en el libro, «La historia del último crisantemo» y «La emperatriz Yang Kwei-fei», son de ida y vuelta en este terreno del amor. Quizás la más desgarradora, por ser la más negra, es «Perdición», donde el protagonista dice: «Hice todo esto por dinero y por una mujer, y no tengo ni el dinero ni la mujer».

–«Vacaciones en Roma» también es una pérdida al fin y al cabo, como «Casablanca».

–Es verdad, pero en realidad es una película de recuerdos. En «Tu y yo», la abuela de Cary Grant dice que el otoño de la vida es muy triste si no se tienen recuerdos. Pienso que es una verdad como un templo. Las experiencias amorosas, por muy desgarradoras que sean siempre dejan algún poso de melancolía y en algún caso de amargura. En las buenas historias de amor, aunque no acaben muy bien, siempre se encuentra algo que le ayuda a uno a vivir.

–Volvamos a «Dejad paso al mañana». ¿El amor para toda la vida de verdad existe?

–Lo he vivido con mis padres y tengo gente alrededor, personas que se han comprometido y se han querido fielmente pensando que era para toda la vida y que, pese a las dificultades y las tormentas, han seguido adelante. En las películas de Howard Hawks, como «Río Rojo», las historias son muy provisionales porque van a hacer una cosa y conocen a una chica. Hay una cierta sensación de provisionalidad que no sucede respecto a las de John Ford, donde uno piensa que la base son las cenizas del recuerdo, como en «Centauros del desierto», donde las historias son para la eternidad. Las de Hawks son más provisionales.

–De toda la lista de películas que ha seleccionado ninguna ha envejecido con el paso del tiempo. ¿Cuál cree que es el secreto de su actualidad?

–Porque se han escrito con verdad, sinceridad y con lealtad al material que se está trabajando. Tratan de cosas intemporales y por eso las nuevas generaciones se siguen acercando a «Casablanca» o a «Con la muerte en los talones». La razón del clasicismo es que supera el paso del tiempo y algo hay en esas películas para que pervivan.

–¿Usted sigue creyendo en el amor?

–Sí, absolutamente. Me parece que hay que ser muy cínico para no hacerlo y nos meteríamos en camisa de once varas, teniendo que citar a Stendhal o a Ortega y Gasset, junto a otros que han intentado desentrañar el concepto del amor. En una de las películas cito la epístola de San Pablo, que creo que es un tratado increíblemente del alma humana. El amor es no ser egoísta, comprender al otro, poseer la ilusión de que se prolonga en el otro, creo que es muy difícil vivir sin amor. Se puede, sí, pero probablemente te parezcas a un bloque de hielo.

–¿Por qué no ha incluido «Lo que el viento se llevó»?

–(Risas) Esa pregunta me la hacen continuamente. Pues por dos razones, porque el libro nace de un seminario de cine en el club Zayas de Madrid y no estaba incluida, y en segundo lugar porque tuve que elegir una serie de películas, comprendidas entre 1930 y 1960 y he preferido otras historias, aunque hay una parecida, «La esclava libre», situada en el sur profundo. Quizás, si me sentara en el diván de Freud, porque no es una de mis favoritas aunque tiene muchos amores y amores complicados, pero las otras películas tienen más espacio en mi consideración y afecto.