Música

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El anillo y las piernas infinitas

La Razón
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A sus 48 años, con dos hijos en el mundo y tres matrimonios a sus espaldas, Jennifer López ha sorprendido al orbe con la canción «El anillo», en la que reclama compromiso a un amante con el arrobo de una pava adolescente mientras luce un tipo que para sí querrían el 99% de las veinteañeras en un videoclip de alto voltaje erótico. Ha bebido la diva el elixir de la eterna juventud pero no sólo eso: lo más importante es que arroja una humorada contra todos los prejuicios culturales que aún afectan a las comunidades hispanas de Estados Unidos. Es una auténtica diosa. El racismo se combate con brillantes expedientes en las universidades y también derribando a carcajadas los muros que en su día horadaron a besos los protagonistas de «West Side Story». Cada verano, la música petarda eclosiona igual que las buganvillas y la leyenda portorriqueña viene a llenar el hueco que deja la recién jubilada Raffaella Carrà, estrella de piernas infinitas y ninguna vergüenza que no sólo alegró los pajarillos de los casposos españoles durante el último franquismo, sino que revolucionó las conciencias con letras de abierta reivindicación homosexual («Lucas, ¿qué te ha sucedido?») o incitando a la liberación de la mujer («Si te deja no lo pienses más, búscate otro más bueno y vuélvete a enamorar»). Sacudirse los complejos en una pista de baile es una terapia más eficaz que embaularse las obras completas de Simone de Beauvoir, a la que poca gente lee, casi nadie comprende y, según en qué periodo de su existencia, es mejor no entender porque transitó sin solución de continuidad de la esclavitud consentida a manos de Sartre y del estalinismo hasta la venganza extemporánea de sus memorias. Para hacer bien el amor, hay que venir al sur y ya depende del talento de cada cual que el susodicho compre un anillo.