Sevilla
El día de las promesas
Yo comencé tan trascendental día, como otros muchos, incumpliendo lo jurado. Pero es bueno y justo tener el derecho de justificar la ruptura de semejante juramento. Desde el día 5, me dediqué al relajo total. Vamos, a aprovechar ese foie tan exquisito que envió esa estupenda amiga de Barcelona. Hay que tomarse la última botella de champagne que el bueno de Luis Gil a sus 92 años tiene la gentileza de enviarme. Cómo no abrir otra botella de exquisito tinto, que te hace llegar para la Navidad; y el oporto y el brandy de la familia Osborne; y las perdices del vecino cazador... Total, engordar varios kilos, afortunadamente contenidos por mis larguísimas caminatas y mis visitas al gimnasio, al que accedo cruzando la calle; pero, aparte de los kilos, dejar el alcohol a un lado una temporada y poner orden y ligereza en las comidas aporta salud al cuerpo. Esto lo dicen todos los que saben de medicina, pero, por simple lógica, no es preciso que te lo recuerden ahora y en septiembre cada cinco minutos. Por cierto, el sábado pasado fui a la farmacia y contemplé gratis un show divertidísimo y muy del momento. Entró una joven, digamos que metidita en carnes. La manceba –que así se llamaba al que atendía en las farmacias– antes de los buenos días, le atizó un zurriagazo tremendo: «Hija, cómo se nota que has disfrutado a tope estos días, te has puesto hermosota». La clienta, con la ira saliendo por su hermosa cara, contestó: «Aunque te parezca mentira, no es que haya engordado, es que cometí el error de empezar en el gimnasio, sin saber que tengo gran facilidad para ganar masa muscular, así que esto que ves, es pura fibra , músculos». «Pues como no te pongas un cartel aclarando el tema, todo el mundo va a creer que en vez de masa muscular, es una masa de calentitos. Vamos, grasa pura» , fue la vitriólica contestación de la farmacéutica. A todo esto, no he hecho el pliego de descargo sobre mi incumplimiento. Pasaba por la calle Orfila, cuando veo un local nuevo, en cuya vitrina se asomaban mariscos y pescados deslumbrantes. Veo el nombre del local: «Canabota». Se me hizo la luz, de esta pescadería es de la que escribía recientemente Carlos Herrera. La curiosidad me impulsó a entrar. De la gloria de lo que paladeé a relatarlo renuncio, ya lo haré más adelante.
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