Economía

El interés de Andalucía en el comercio con Canadá

La Razón
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Es interesante ver cuánto le va a Andalucía en la firma del Acuerdo Integral sobre Economía y Comercio o Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG), más conocido por sus siglas en inglés CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement), y que, definitiva es un tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá.

Andalucía exportó a Canadá en 2016 por valor de 287 millones de euros lo que apenas representa el 1,12 % del total de las exportaciones andaluzas para ese mismo año (25.648 millones de euros). El mismo año la región importó por un monto de 204 millones de euros lo que arroja el pírrico valor del 0,84 del total de las importaciones. A mayor abundamiento, la suma del total de importaciones y de exportaciones entre Canadá y Andalucía no llega al 0,34 de PIB andaluz que se estima para 2016 en 148.467 millones. En definitiva, Andalucía tiene un volumen de comercio exterior con Canadá absolutamente irrelevante.

Vayamos ahora al detalle de lo que compramos y vendemos a Canadá. Nuestras principales exportaciones salen de las refinerías instaladas de los antiguos polos de desarrollo. Sólo en 21 operaciones de exportación de vendieron 112,5 millones de euros. El segundo sector exportador andaluz con destino a Canadá es el sector naval que en cuatro operaciones de venta facturó 87,4 millones de euros. El sector que les sigue es el agroalimentario que, con muchas más operaciones, exportó por valor de 27, 6 millones.

Por valor de las operaciones, lo que importamos es principalmente minerales. En trece operaciones de compra importamos de Canadá en 2016 por valor de casi 75 millones de euros. Luego compramos maquinaria pesada. En concreto se firmaron 316 contratos de compra por un valor de 46,5 millones de euros. También compramos combustibles minerales (en tres operaciones las empresas residentes en Andalucía pagaron casi 30 millones de euros) y productos para la industria química. En este último caso por 80 operaciones de compra se pagaron 19,4 millones de euros a empresas canadienses.

Comparando el tipo de productos que Andalucía exporta e importa, un primer vistazo nos advierte de que el valor añadido de la mayor parte de nuestros productos es inferior a los productos canadienses que importamos.

No debe sorprender que el comercio exterior represente un peso pequeño en el conjunto de la actividad económica. De hecho el independentismo catalán aún acusa el golpe del informe que publicó Convergencia Cívica catalana donde –por ejemplo– resultaba que las empresas catalanas vendían en Andalucía casi tres veces más que en todos los Estados Unidos. La elevada integración económica de las regiones españolas explica que nuestro principal mercado sea interior. Ello no implica estar al margen de las exigencias de la competencia.

Lo que sí está detrás de la firma del CETA y de su debate en el Parlamento español es la sempiterna discusión entre las ventajas del proteccionismo o de la libertad de mercado. Un debate que es principalmente ideológico y que, como consecuencia, seguirá siendo irresuelto de manera definitiva.

Pero si nos apartamos de la ideología para buscar evidencia en los números –algo no siempre inocente dependiendo de cómo se cocinen éstos– podemos llegar a algunas reflexiones interesantes. Por ejemplo, veamos cómo ha evolucionado el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en estos últimos años de progresiva liberalización del comercio.

Aclaremos primero que el IDH se creó para hacer hincapié en que las personas y sus capacidades deben ser el criterio más importante para evaluar el desarrollo de un país. Esto significaba que el crecimiento económico por sí sólo no era un buen indicador de la calidad de vida en cada país porque, por ejemplo, nada decía de cómo se distribuía la riqueza entre la población por mucho que creciera un país. El IDH es un indicador sintético –agregado- de la esperanza de vida al nacer, del acceso a la educación y de alcanzar un nivel de vida digno. Técnicamente el IDH es la media geométrica de los índices normalizados de cada una de las tres dimensiones.

Para el conjunto del mundo, el IDH (cuyo valor máximo es 1) alcanzaba el valor de 0,59 en 1990 y de 0,71 en 2015. En todas las zonas del mundo mejora. Si se toman otros indicadores como la esperanza de vida al nacer de mujeres y hombres, también hay una mejora inequívoca. Naturalmente no se pueden imputar estas mejoras a la liberalización del comercio mundial pero los estudios cuantitativos que relacionan el grado de apertura de un país y su IDH van en esa dirección. El coste que estamos pagando es el de la pérdida de identidad. Si sólo miramos a ras de tienda, cada vez es más difícil distinguir en qué ciudad estamos. La producción a gran escala necesita consumos masivos de los mismos productos.