Senado

El Senado existe, como Teruel

La Razón
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En la Prehistoria, cuando trabajar en la tele prestigiaba, llamábamos «Su Señoría» al camarógrafo encargado de los planos cenitales en el plató de un programa que nos llenó el bolsillo de dinero, eran los años del oro, el corazón de amistades y también en una ocasión, ahora se puede confesar, la zona púbica de ladillas. Aunque su principal fuente de ingresos era la compraventa de productos de la tierra para consumir durante el ocio, en horario laboral manejaba el tipo la cámara alta y de ahí su ceremonioso sobrenombre. «Es el único senador de España que trabaja», explicábamos desde la sala de control. Histórico del PSOE que también acabó su carrera en ese cementerio de elefantes, el catedrático, ex futbolista y fundador de la AFE José Cabrera Bazán se empeñaba en explicar durante mil sobremesas en casa para qué diablos servía el Senado: pues mil veces se estrelló el pobre contra un muro de escepticismo e ignorancia. Aún le dio tiempo a formar parte de la primera leva de eurodiputados españoles, en 1987, y ahí ya se rindió: «Para esto es para lo único que sirve el Parlamento Europeo», y desparramaba sobre la mesa de la cocina, recién aterrizado de Estrasburgo, un cargamento de salchichas alsacianas. Un decenio después de su fallecimiento, venimos por fin a enterarnos de una función concreta del Senado, además de la de proveerle un pesebre a viejas glorias como Javier Arenas, Pepe Caballos o el ramillete de ex presidentes autonómicos que se resisten a volver a la vida civil, igual que se resistía a salir de la cárcel Miguel Montes, el decano de los presos fallecido ayer en Granada. 36 años estuvo en el talego encadenando condenas: el doble que un etarra con delitos de sangre y la mitad de los que algunos llevan viviendo de la política.