Ferias taurinas
El último paseíllo
Ya lo dejó escrito en sus propios versos: «Quiero morir en La Puebla,/ que así lo dice mi sino/ y que vaya mi caballo/ bien unido a mi destino/ y que quede, del Centauro,/honda huella en su camino». Seis caballos vestían ayer de luto por Ángel Peralta. Con lazos negros en señal de respeto por el Centauro de La Puebla. Y la marisma, con todos sus vaqueros, mayorales, caballiceros y conocedores. Su pasión fue el toro y el caballo, a los que crió y seleccionó con mimo y esmero. Sus toros, del ya casi extinguido encaste Contreras, y sus caballos de estirpe cartujana, a los que cantó y ensalzó en sus poemas. Ataviado con traje de corto campero, calzona de raya gris y chaquetilla verde, el maestro del rejoneo se enterró con tres rosas toreras entre sus manos. Se va una época, un trozo de España, un creador de la Baja Andalucía. Sin embargo, su legado permanece vivo a través de sus libros y pensamientos filosóficos, giros al aire que él mismo bautizó como «Cabriolas»: «cada día nos da una prórroga la vida y cada año, muere una parte de ella»; «amar a los animales es amar a la Creación»; «vivir es mantener la ilusión como meta», y en la chimenea de su casa grabado «el amor es el fuego, la familia la hoguera». Como rejoneador, deja un extenso palmarés de tardes y suertes creadas. Como persona, nos deja toda una escuela de valores. Se me hace muy difícil no poder verlo en su «Rancho El Rocío», por el picadero o en la plaza de tientas. A su poema «Cartel de toros en el cielo» le faltaba un rejoneador. Mi tío Ángel Peralta ya está abriendo plaza, en el ruedo de la gloria, con sus seis caballos toreros, en su último y eterno paseíllo.
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