Andalucía

En el punto de partida

«Se han cumplido diez años del adiós de un mito, la más diva: Rocío Jurado»

Ortega Cano besa la estatua de Rocío en el cementerio de Sevilla
Ortega Cano besa la estatua de Rocío en el cementerio de Sevillalarazon

El miércoles 1 de junio de hace diez años nos dejó una gran artista, un gran personaje. Ambas cosas se pueden ser y como persona ser una calamidad. En su caso, en su mundo artístico era la más diva; y en su vida era, como escribió el poeta Antonio Murciano, una muchacha romántica asomada a la Bahía y, además, farera mayor, vigía luminosa. Después de una década teniendo primeros planos de lo menos edificantes de una familia que se desmoronó como un castillo de naipes al faltar la gran farera, este barro no ha ensuciado su recuerdo. Se le sigue respetando, a la mujer y a la artista.

Ella siempre estuvo en el punto de partida desde que con 14 años ganó en el Teatro Villamarta de Jerez –pontificia universidad del flamenco– el concurso nacional de cante. Y anda que no tenía competencia: Jarrito, Terremoto de Jerez, Paco Aguilera y los Chiquitos de Algeciras –que era el nombre artístico de Pepe y Paco de Lucía–. Ella es consciente de que no tiene cura, cantar es su mayor gozo y arrastra a doña Rosario, su madre, a la procelosa aventura de Madrid. Con mucho esfuerzo, con no pocas calamidades, empieza a sonar su nombre en el Madrid de los grandes «tablaos». «El Duende», regido por la gran Pastora Imperio, es su licenciatura. Luego, en «Los Canasteros», reino de Manolo Caracol, obtiene el doctorado. Posteriomente vendrían las giras por los teatros de España, alguna película, la televisión... Ella se ha puesto un desafío que canta por fandangos: «He ‘llegao’ donde he ‘llegao’, y quiero llegar a más, por mi madre lo he ‘jurao’». Luis Sanz se cruza en su camino. La pule, le da estilo y le monta un gran espectáculo, «Feria», con canciones de Rafael Solano y Juan Solano; «El clavel» y «Con ruedas de molino» son algunas de las coplas que quedan en la antología de lo mejor del género.

A partir de ahí se convierte en «La Jurado». Otro encuentro de dioses, Manuel Alejandro convierte el nuevo repertorio de Rocío en una revolución. La más feminista, ya no canta a las mujeres que quieren mientras viven, aunque su amor las maltrate, las utilice, las engañe. Ahora es la que decide si se le rompe el amor, si ése que tú ves ahí es muñeco egoísta o si es como una ola, o si le grita a ese guapo, «A que no te vas». Ya es la más grande.Y su éxito y sus giras comienzan en NY y terminan en Buenos Aires. Sus discos se venden como nunca vendió alguien que viene de la copla. Llega el Teatro Real con un concierto memorable con gran orquesta sinfónica, cantando a Falla, Granados, Turina, dos reinas: la titular, Doña Sofía y la reina madre Doña María de las Mercedes, refrendan con su presencia en el palco real la grandeza de la niña de Chipiona.

«Azabache», el gran espectáculo de la Expo’92, se crea para que ella lo hiciera inmenso, como una de sus canciones. Hoy el auditorio en que se representó se llama Rocío Jurado, y es hermoso que todos los grandes canten en un espacio que lleva el nombre y el recuerdo de tan grande estrella. Su hija Rocío Carrasco siempre dice que el recuerdo artístico más vivo, de las miles de veces que vio a su madre, que se le ha quedado fue el comienzo de «Azabache». Al fondo del inmenso escenario, un potente foco iluminaba a Jurado, la gran orquesta atacaba con esa especie de himno que es «Suspiros de España». La artista iba avanzando cantando con sentimiento profundo... A partir de ese momento, el delirio, haciéndose apoteósico al cantar por bulerías el «Qué no daría yo».

Era generosísima con el público, nunca le parecía bastante. Hasta en sus días de más éxito comentaba algunos fallos en un concierto de tres horas que nadie había notado. Por eso era tan grande. Su vida personal siempre interesaba, a pesar de ello jamás vendió una exclusiva; pudo darlas, pero por afecto o agradecimiento, nunca cobró.

Se fue muy pronto, como los mitos necesitan, y como cantaba, las flores no duran dos primaveras, a una estrella la decadencia también la mata. Quiero terminar este apasionado recuerdo, como ella terminaba sus conciertos: «Te amo en la alegría y en el llanto, te amo en el peligro y en la calma, os ha amado, como nadie os ha amado nunca, vuestra... Rocío Jurado».