Andalucía
¿ESTO ERA LA GLOBALIZACIÓN?
Cuando se hablaba entusiásticamente de la globalización nadie dijo que para miles de españoles supondría hacer las maletas y cruzarse el mundo sin saber si el billete de ida también lo era de vuelta. Así lo veo mientras tomo café a 14.000 km. de Sevilla con Juan y María, doctores en Biología molecular por la Universidad de Sevilla que trabajan al Sur de Chile.
Para ellos, la globalización consistió en que una universidad emergente vino a España a cazar talentos y dio con dos jóvenes doctores a los que sus horas de contrato como becarios de investigación se les iban reduciendo agónicamente, año a año. Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria el último contrato de uno de ellos fue de cuatro horas a la semana.
La globalización no ha supuesto para cientos de miles de compatriotas vivir mejor. Se pensaba que la Aldea Global a la que se refería el sociólogo canadiense Marshall McLuhan era la de un idílico pequeño Mundo. Entre 2008 y 2015, salieron de España 3.212.304 personas; de ellas, 297.470 residentes en Andalucía. Son los datos que arroja la Estadística de Migraciones exteriores del Instituto Nacional de Estadística. Pero los datos hay que tomarlos con cautela. Basta tener en cuenta que aún la Encuesta de Población Activa registra casi 4.575.000 desempleados en España (1.161.000 en Andalucía). Por tanto, es imposible que hayan emigrado tantos residentes y el paro se mantenga en niveles tan elevados y poco diferentes a los de 2008. Naturalmente, parte de los que se fueron han regresado en poco tiempo. Probablemente sea porque la morriña puede más que trabajar lejos. Los mensajes del pensamiento único globalizador no nos prepararon para cruzar el Atlántico. Sólo para comprar on line desde casa y a crédito.
Pero la lógica del mercado es aplastante. Contra esa lógica si alguien advierte que determinadas carreras universitarias tienen poca demanda profesional, poco se tarda en anatemizar al que sugiera reducir el número de plazas. Poco importa que luego el licenciado acabe –como era previsible– trabajando en algo para lo que apenas requería el treinta por ciento de lo que aprendió. En una sociedad sin ambición, cientos de miles de personas están dispuestas a colgar el título de licenciado a las pocas semanas de obtenerlo en una universidad pública donde los contribuyentes han pagado la mayor parte de los estudios del niño o la niña.
A pocos parece importar la advertencia de la poca salida profesional de determinadas carreras. Con muchos o pocos alumnos, la facultad de turno debe seguir abierta y, si luego no hay empleo, vendremos a decir que se debe a los recortes del Gobierno que toque porque, en el fondo, se pide que el Estado financie la enseñanza y luego financie el empleo. Pocos son lo que advertimos a nuestros alumnos que la globalización no es sólo, ni principalmente, comprar on line en China para que te llegue a casa en una semana. La globalización es saber que vas a obtener un título muy similar al de millones de jóvenes con la diferencia de que ellos saben inglés y tú no, y ellos están dispuestos a cruzarse el mundo para trabajar en aquello que han estudiado y tú no quieres dejar el barrio ni con agua caliente.
La globalización es que venga a ponerte una oferta de trabajo una universidad hispanoamericana (permítanme que prefiera este término) porque valora la formación que los investigadores españoles tienen y porque sabe que aquí no hay empleo para tanto doctor. La cuestión es sencilla; aquí está el contrato, el dinero y el desarraigo. La alternativa es el barrio, la familia y el paro. Nadie te contó este reverso de la moneda de la globalización, pero aquí está.
Naturalmente, podría ser peor. Podría ocurrir que aquí no hubiese empleo y que nadie fuera valorase la calidad de la formación de la Universidad española. Bueno, todo es cuestión de ponerse. Podemos engañarnos pensando que ser un país que hace de la incapacidad de formar gobierno algo festivo no supone un espectáculo para quien nos mira con interés desde fuera. Y bien que nos miran pese a todo, y contemplan el lamentable espectáculo de nuestra enfrentada clase política.
¿Cuál es la alternativa a la globalización? Para algunos movimientos políticos y sociales europeos, la alternativa es del derecho preferente de los residentes en el país (en rigor defienden el derecho de los residentes legales y no sólo de los nacionales). El pensamiento liberal que amparó el proceso globalizador (libertad de circulación de capitales, personas y mercancías) entiende que el derecho preferente a los residentes impide que el mercado alcance su máximo de eficiencia. En la aldea global, la máxima eficiencia exige que si el mejor candidato para un empleo en Tailandia reside en España, no debe tener trabas que lo desincentiven a tomar las maletas camino a Asia. En sentido contrario, el derecho de trabajo preferente dificultaría este movimiento migratorio y, consecuentemente, el funcionamiento eficiente del mercado de trabajo. El problema está en que hay millones de personas que no han disfrutado de los pretendidos beneficios de la globalización porque valoran más su lugar de residencia que un salario mayor. Nadie puede olvidar que las motivaciones económicas no son las únicas que mueven a la humanidad.
Con todo, la globalización de hoy es la emigración a Europa de los años cincuenta del siglo pasado. Es hacerse las Américas antes y ahora. Es irse a Gran Bretaña a poner copas y limpiar el mostrador con el título de licenciado.
Si alguien valora especialmente su tierra, la alternativa es elegir bien aquello en lo que se va a formar. Pese a su encarecimiento tras las reformas últimas, la Universidad española y los ciclos de formación profesional ofrecen una buena calidad si los comparamos con los de decenas de países. Falta avanzar en el manejo de idiomas extranjeros y, sobre todo, falta saber que puede llegar el momento en el que para trabajar en aquello que tenemos por vocación, haya que hacer las maletas y buscarse el pan lejos del barrio. Si lo hacemos bien y queremos, hay billete de retorno. Seguro.
* Profesor de Economía y director de la Cátedra Economía de la Energía y del Medio Ambiente de la Universidad de Sevilla, e investigador Asociado de la Universidad Autónoma de Chile.
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