Valencia
«Hay que nacer y morir, aceptarlo y rendirnos ante su evidencia»
SEVILLa- Las redes sociales han cambiado nuestra vida e incluso lo que queda de nosotros después de morir. Carmen Amoraga (Valencia, 1969) ha ganado el Premio Nadal con «La vida era eso», una novela para sobrevivir a un entierro.
–¿Cómo es la muerte 2.0?
–Mucho más expansiva, porque llega a mucha más gente. Tenemos la idea de que se trata de un acto íntimo, porque nacemos y morimos solos, pero con las redes sociales nada de eso, porque todo está expuesto a la vista y a la opinión de mucha gente. Cuando alguien siente un dolor busca el consuelo de los demás y en las redes esto llega a manos llenas, lo malo es que también perdemos mucha intimidad.
–Las redes sociales son como un diario íntimo amplificado.
–Hay que tener en cuenta que se trata de unas herramientas que hay que saber usar y que a quienes las usamos nos gusta comunicarnos y compartir lo que nos pasa. En ese sentido sí son un diario, porque accedes a ellas todos los días.
–Para algunas personas es mucho más real que lo que le pasa de verdad.
–Hay personas incluso que han perdido hasta el trabajo porque han contado cosas en la red que no deberían.Tenemos que aprender todos que hay que poner límites y reeducarnos para utilizarla bien. Una de las cosas que me gusta de Twitter es que ha democratizado la opinión de las personas, ahora no hay unas con más relevancia que otras. Ahora cualquiera está en el mismo plano y es uno el que tiene que discriminar qué es importante para mí, eso es bueno porque al final acaba en beneficio de uno mismo.
–Pero sí hay mucho exhibicionismo del dolor, buscamos que nos quieran.
–Es que somos hijos de una sociedad y de una educación. La misma celebración de la Semana Santa en Andalucía es para afuera, pero en Castilla sucede todo lo contrario. Partiendo de eso hay personas que quieren más consuelo y otras que no necesitan nada. Hay quien necesita mostrar lo que siente y otros que prefieren estar solos para consolarse. En la red nadie te obliga a ello, a retransmitir minuto a minuto tu forma sentir.
–Si la vida es una continua pérdida, ¿al final qué es lo que nos queda?
–Perdemos cosas e incorporamos cosas, y en la medida en que aprendemos a incorporar lo que perdemos, vamos aprendiendo. Relaciones, libros, casas, nos llevamos tantas cosas...
–Juan Luis Panero sostenía que con la muerte no puedes estar ni a mal ni a bien, porque es una «hija de la gran chingada», que hay que coquetear siempre un poco con ella.
–Yo creo que lo que hay que hacer es aceptarla, porque forma parte de la vida. Hay que nacer y morir, aceptarlo y rendirnos ante su evidencia.
–¿Por qué no estamos preparados para aceptar la única certeza de la vida?
–Porque nadie quiere morirse, es un mal pensamiento, es el final de todo.
–Eso contradice a la marcha «La muerte no es el final».
–Es el final, nos guste o no. Para los que creen en la vida después de la muerte es más fácil porque luego está el paraíso, pero nadie ha venido a contarnos nunca lo que hay después. Lo que sucede es que estamos preparados para vivir de espaldas a la muerte.
–¿Usted cree que hay vida después de la muerte?
–(Silencio) No.
–La tradición española lleva a gala el humor negro. ¿Ha recurrido a él en su novela?
–No, hay mucha ironía y sentido del humor hacia la muerte.
–Asegura que se presentó con la idea de ganar el Nadal, antes lo hacía para que la conocieran en las editoriales. ¿En qué se basaba esa certidumbre?
–Pues porque confiaba en la novela, me gustaba mucho y sabía que mejor no la podía hacer. Además, no había finalista, era todo o nada.
–¿Le da vértigo verse en los escaparates?
–Bueno, es una satisfacción y una certeza de que esto ya no me lo puede quitar nadie. Sé que ahora puede pasar cualquier cosa y que ya no me leen sólo cinco personas.
–¿Ha cambiado mucho su vida desde que tiene una línea en Wikipedia?
–No, para nada. Pero sí que noto que hay una corriente muy grande de cariño y lo percibo como un cambio social. Antes nos daba un poco igual, pero ahora nos alegramos más de lo bueno que le pasa a los demás y nos concienciamos mucho con lo negativo.
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