ERE

La inquisidora abofeteada

Al juez, como a la democracia, le sienta la adjetivación como a un Cristo dos pistolas. Con los magistrados motejados como “estrella” no podemos tener en España una experiencia más funesta, por obra y desgracia de ese Baltasar Garzón que empezó malogrando la Operación Nécora con una instrucción demencial que convirtió a Galicia en la primera sucursal europea del narcotráfico colombiano y ha acabado enterrado hasta las cejas, pestilente alcantarilla “lui-même”, por la mierda que brota de las cloacas del Estado. De “Reina de los juzgados” tildó algún hagiógrafo a Mercedes Alaya cuando, en la cima de su arte, coleccionaba esos sumarios sobre la corrupción socialista en Andalucía que iban desalojando en cascada a los inquilinos de San Telmo. Chaves y, poco después, Griñán viajaron del poder al banquillo mientras el electorado digería poco a poco, pero con la pertinacia implacable del estómago rumiante, las noticias que desembocaron en la gran barrida del 2D. En política, o sea, la acción de estos jueces más justicieros que justos resulta eficaz; no tanto en el ámbito de la Justicia, al que deberían circunscribirse sus acciones por respeto a Montesquieu, donde estas causas oceánicas naufragan a menudo en sentencias de auténtica risa. Así, el paradigma del caso Mercasevilla, escándalo iniciático de la hégira alayesca saldado esta semana con alguna condena leve y un centón de absoluciones vergonzantes... para la instructora. Por el camino, el honor de unos cuantos ciudadanos ha quedado arrasado por un decenio de sospechas e imputaciones que eran tomadas por pruebas de culpabilidad. Entre ellos, muchos políticos socialistas y comunistas tal vez errados, o seguro, pero honrados a carta cabal. Que también los hay. Estas causas generales siempre desprenden el mismo tufillo inquisitorial.