Sevilla

La luz de la vida

La Razón
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Sin ser experto en nada, siempre le doy mucha importancia al clima, a la luz, en mi vida. Por ejemplo: el domingo maravilloso que disfruté no crean que se debió a que pasara el día en una playa maravillosa de los alrededores, ni a que estuviese almorzando en uno de los magníficos restaurantes, tascas o bodegas de Sevilla y sus zonas cercanas, no. Los domingos me gusta quedarme en casa, porque mi pasión ese día es leer todos los periódicos y sus dominicales varios. Como soy de leer sobre papel, nunca jamás para disfrutar leeré un periódico o un libro en ordenador. Si se presenta un domingo de primavera adelantada, después de la comida, lo ideal es salirte al jardín, con la prensa, un buen café –por cierto, en una taza y con su correspondiente platillo de porcelana inglesa bellísima y muy colorida, que fue parte del regalo navideño de Porcelanosa–, un buen brandy... Con ese sol, que no sólo calienta, que abraza, no hay duda de que eres consciente del privilegio de vivir en esta tierra y no puedes evitar que un ramalazo de maldad suba por tu cuerpo: pensar que hay millones de personas en todo el mundo que darían casi todo lo que tienen por poder disfrutar del privilegio de tener veinte grados de temperatura, ese cielo y esa luz única. Espero que al recaudador mayor del reino no se le ocurra poner un impuesto por ello a los andaluces. Cierto es que estos beneficios no aparecen en los ranking de los mejores lugares para vivir. Me parece estupendo que figuren en sitios privilegiados los llamados países nórdicos. Porque para qué despertar envidias. Se podría presumir «que si no conoce el Parque de María Luisa, pues usted no sabe lo que es un jardín». Lo que resulta chocante es que con tanta felicidad acumulada como presumen las estadísticas más fiables, se suiciden tantas personas cada ejercicio. Claro, que si yo viviera casi seis meses al año con temperaturas de hielo, poco sol y escasos días con luz como la que disfrutamos en Andalucía, el suicidio no estaría tachado de mis actuaciones imposibles.