Literatura
«La política y la literatura no son incompatibles»
Manuel García Félix, alcalde de La Palma del Condado (Huelva), novela una historia de intrigas entre viejos linajes de finales del siglo XIX en «La última distinción»
Manuel García Félix, alcalde de La Palma del Condado (Huelva), novela una historia de intrigas entre viejos linajes de finales del siglo XIX en «La última distinción»
Juan Diego MÁRQUEZ- Sevilla
La Palma del Condado (Huelva). Finales del siglo XIX. La lectura del testamento de un viejo párroco muy querido, don Pedro Miguel Pérez Limón, genera un pleito entre las familias principales del municipio que hace aflorar añejos resentimientos sociales. Así arranca «La última distinción», primera novela de Manuel García Félix, a la sazón alcalde de la localidad. Entre tantas reuniones, visitas, trabajo de despacho y plenos, a este regidor del PP también le queda tiempo para leer a Leopoldo Alas Clarín, Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán, si hablamos de escritores patrios, y a autores europeos como Charles Dickens, Tolstoi, Dostoyevski, Proust o Victor Hugo. Éstos son los referentes literarios de un «hombre de cultura», tal y como se define, al que también le apasiona la política. Dos ocupaciones que, a su juicio, «no son incompatibles en absoluto».
«La política y la cultura son mis dos inquietudes fundamentales de vida. Siempre me ha gustado mucho la política y sobre todo mi pueblo, al que me debo y me dono por entero», asegura, sin perder de vista en ningún momento «la literatura y mis tradiciones». «He dirigido revistas culturales y he escrito artículos y libros de religiosidad popular, urbanismo y arquitectura, que es mi profesión». De hecho, recuerda que en el siglo XIX era habitual que los escritores compaginaran su actividad literaria con la política, como Castelar, Echegaray, Sagasta, Silvela o Cánovas del Castillo. «También ya entrado el siglo XX escribían Manuel Azaña y Jorge Semprún, que fue ministro con Felipe González».
La realidad y la ficción se mezclan en el universo literario de los escritores y también en la toma de decisiones diaria de los servidores públicos. Una dualidad que no es ajena a García Félix, ya que «la política te da la oportunidad de poner en práctica lo que piensas, escribes o reflexionas, y eso es apasionante y estimulante». «Es impresionante ver cómo se transforma tu pueblo gracias a tus decisiones, las de tu equipo de gobierno, y cómo vas dejando a tus hijos y nietos un pueblo mucho mejor que el que has heredado». En definitiva, «esto lo justifica todo porque la política sirve para hacer felices a las personas».
Sin embargo, la realidad muestra a veces su cara más cruda y los políticos no siempre consiguen lo que se proponen. «Tú quieres hacer muchos proyectos pero tienes unas limitaciones económicas en el presupuesto, quieres plantear cosas que técnicamente son imposibles y al final se ven frustradas muchas ilusiones», reconoce.
¿Deberían los políticos leer más? García Félix no sólo hace esta recomendación a los de todos los partidos e ideologías, sino a todo el mundo. «La lectura es conocimiento y cultura, permite fijar mucho más las reflexiones y las ideas». «Al final, la cultura sirve para que te expreses mejor y así tomar mejores decisiones. Estamos hablando de formación, y una persona formada es menos atrevida y más prudente».
Sobre el título de la novela, García Félix asegura que hace referencia al rastro de vigor económico y social que todavía quedaba en las familias nobiliarias a finales del siglo XIX. Pero esta «última distinción» firmó su sentencia de muerte con la Constitución de Cádiz de 1812 y la puesta en marcha de un Estado liberal que «empieza a liquidar los privilegios sociales que tenían estas familias históricas». Una época convulsa en lo político y también en lo social, puesto que «se pasa de una sociedad estamental a una de clases».
Es en este contexto en el que se desarrolla la historia, trufada con un amor imposible. Todos los linajes y alcurnias que aparecen en el libro, editado por Áltera, existieron realmente, con sus desavenencias, disputas, envidias y falsas apariencias. «Todos los pleitos y conflictos se produjeron así», sostiene el autor, que se ha documentado en el archivo municipal de La Palma y en los diocesanos de Huelva y Sevilla.
Y de fondo, un pueblo que en la época decimonónica «era muy tranquilo y que dependía, mayoritariamente, del campo». García Félix, buen conocedor de La Palma, no escatima en detalles a la hora de describir el escenario de la novela. «Tenía aproximadamente 6.000 habitantes, con una trama urbana conservada hoy en el casco histórico. No era un trazado medieval, ya que el pueblo se reconstruyó casi al completo tras el terremoto de Lisboa». Entonces ya se percibía «cierta agitación municipal», con alcaldes como Antonio Soldán y Sotelo o Alcázar y Pérez, que «estaban ideando la construcción de un ya incipiente ferrocarril, que aparece en la novela y que daría posteriormente mucha vida al pueblo.
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