Política

Sevilla

Líricas y soledades de una Bienal

Flashmob inclusivo con José Galán en el muelle de la Sal el pasado jueves
Flashmob inclusivo con José Galán en el muelle de la Sal el pasado jueveslarazon

Daniel y Takeshi tienen en común que, siendo niños, tatareaban con más precisión una canción de Jimi Hendrix que una de Julio Iglesias. El uno y el otro, de Morón de la Frontera y de Tokio respectivamente, desembocaron en el flamenco tras un viaje iniciático por el blues de Memphis, el rock neoyorquino y la psicodelia californiana. «Los americanos de la base nos surtían de novedades más o menos caprichosas: en mi caso descubrí antes a Donovan que a Dylan», explica Daniel, quien confiesa cómo debió pasar por Camarón antes de llegar a Diego del Gastor, leyenda del toque y paisano de Morón, acontecimiento para el que necesitó a todo un oficial estadounidense. «Fue quien me enseñó dónde vivía Diego en mi pueblo. Y allí estaba él, rodeado de melenudos y hippies, extasiados todos, escuchándolo tocar aquellos trémolos. Nadie entendía nada».

Takeshi vivió en Tokio aquellos años de chicles, ‘cocacolas’, tabaco rubio, marihuana y ácidos. De eso hace ya cerca de medio siglo. El padre de un vecino trabajaba en la base aérea de Yokota, no lejos de la capital. La revolución cultural gringa se imponía en Japón a la China de Mao. «En realidad, no había color», aclara Takeshi, que en la presente edición de la Bienal de Flamenco suma su sexta estancia en el festival sevillano. La última vez fue hace dos años. Hoy, al atravesar la plaza Cristo de Burgos, se inclina con veneración ante la estatua de Niño Ricardo. «No creo en otros dioses», dice. En la calle Sol se toma un café en el bar de Eduardo. En la barra hay un cartel que anuncia el espectáculo de Farruquito, pero a Takeshi el baile lo satura. «Innovan demasiado», se ríe. Es extraño, porque los puristas achacan a la creciente influencia nipona el baile karateka tan en boga, esa convulsión más violenta que armoniosa.

Decía Javier Ruibal que los flamencos ahora nacen donde les da la gana. Un paseo por Sevilla en estas fechas lo demuestra. La música los ha universalizado, que no es lo mismo que afirmar que la música sea universal. Así piensa Eva, belga, flamenca, para más señas, de Gante, que se mudó a la capital hispalense hace tres lustros para estudiar con detalle las artes del toque, el cante y el baile. Eva alega que no es nadie para sentar cátedra, que allá cada cual con sus gustos, que así tienen todos para retratarse, pero que ella es más partidaria de los orígenes: «Bueno, no sé, muchos, el Agujetas, la Niña de los Peines, Manuel Torre, Antonio Mairena... Los que van de verdad, ¿no? Los que nunca te decepcionan ni te engañan».

La Bienal de Flamenco que ahora empieza no es a Sevilla lo que fue en sus inicios. A la ciudad se le solía cambiar la cara de tantos forasteros. La cantidad de extranjeros en el centro de la capital es tal durante todo el año, que los aficionados al flamenco pasan ahora desapercibidos entre quienes llegan buscando un paseo por el Guadalquivir, una paella acartonada, una sangría pedregosa o el salpimentado de centenarios entre Murillo y la circunnavegación de Magallanes. Éste es el testimonio de Tomás, que se toma en la calle San Luis una cerveza con Antonio, el librero del barrio. Aficionados ambos, acaban de acordarse de aquella historia que contaba no sé quién sobre si la jota aragonesa ha podido influir alguna vez en la soleá. «Lo que tiene es que venir de dentro. O de lejos», sentencia Tomás. De un pasado insondable y de la misma calle a la que se asomará en unos minutos, puerta de la Casa de Dueñas donde se pregona esta edición y donde Cayetana de Alba se arrancó por bulerías el día de su boda con Alfonso Díez. Sin transit...

El flamenco da para muchas líricas y trascendencias, pero el cante está prohibido («terminantemente», rezan los carteles) en esos bares que todavía se enmoquetan con serrín. En los demás, no hace falta vetarlo. Los aficionados hablan en voz baja en sus tascas. Las calles están empapeladas con anuncios de actuaciones paralelas al programa oficial, ‘spin-off’ que le sirven a los artistas más urderground un agosto cada dos septiembres. Unos temporeros andan buscando con las instituciones y otros, a los clientes flotantes. Del genio a la técnica, del duende a las métricas, el flamenco vivirá en Sevilla un mes de soniquetes. Pero no es la economía, estúpido, «es la expresión», interrumpe Tomás, como si alguien considerara el flamenco todavía como un arte de soledades. Con lo solitaria que puede llegar a ser una fiesta.