Roma
Nieve y siglos de historia bajo los adoquines
Sierra Nevada, con la Copa del Mundo de «snow», justifica escoger la ciudad; igual que el Albayzín o el centro histórico. Lo mejor, combinarlo todo
El blanco lleva arropando a Granada un tercio de su vida. Un «skyline» forjado naturalmente que reconforta al reconocerlo en la distancia y sobrecoge si no se ha crecido a su amparo. Sierra Nevada y la Semana Santa son uno en muchas agendas donde los esquíes acumulan polvo desde Navidad. Pero las opciones que permite el calendario festivo no se limitan a nieve –aunque la Copa del Mundo de snowboard hasta el día 27 es un «plus»– y procesiones. Sin embargo, desde esta página no puede garantizarse que no se escuchen ecos de cornetas en el intento. Porque para llegar al primer destino relax habrá que atravesar el casco histórico, buscando la esencia misma de la ciudad: la granada, un tratamiento único que ofertan diversos hoteles y baños árabes.
Una vez empapados de la eternidad de la fruta roja, toca sortear los capirotes y rebuscar tras las paredes. Eso es lo que propopone la ruta de los aljibes del Albayzín, del bajo al alto trufado de pequeños tesoros por los que no pasan los siglos. Veinticinco perfectamente conservados, una excusa para recorrer las raíces granadinas y un fin en sí mismo, apto para propios y ajenos. Entre los recorridos que recomiendan la ciudad y su Ayuntamiento figura también «Granada en el diván», obra de un poeta-juglar que sueña con despertar a sus gentes del letargo. Cuatro horas de cuentos, historia y caminata. Recomendable sobre el papel, aunque requiere reserva y grupos de mínimo diez personas.
Quienes la conocen, reniegan de esa falsedad extendida de que Granada, por recogida, puede verse en un día. Podrá atravesarse, andando si se quiere, cruzarla de lado a lado, pero para conocerla hacen falta tiempo y días, alguno más que para visitar todas las iglesias de Roma. Eso sí, es perfecta para pasearla sin más herramienta que los pies. Trepar a la Alhambra por la cuesta de Gomérez y quedarse en los jardines de Boabdil a entender los acertijos del palacio rojo. Con un café en el Parador, podría acabar por llorar igual que aquél pensando en la vuelta a la realidad. No hay edades: para los pequeños, será un fortín; para las parejas, el romanticismo palpable; retiro espiritual para el asceta; artesanía, historia y ciencia ficción entremezclados. Abajo espera la acera del Darro, enmarcando andares solitarios; el Paseo de los Tristes para conectar con su gente; Bibrambla para perderse (literalmente si uno no asoma más allá de los seis años); y «Los italianos» (si quieren ver el cartel a la entrada, sólo leerán «La Veneziana») para cerciorarse de que los mejores helados vendrán de, pero no están en Italia.
Recomendable: hacer un mínimo de tres comidas al día en cualquiera de sus innumerables bares.
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