Cambios climáticos
Otra vez se acaba el mundo
Hoy termina el mes de mayo más fresco de cuantos se tienen memoria por estos lares y el calendario litúrgico, tempranero en 2018, ha propiciado también que los romeros del Rocío y el romero esparcido para el paso de las custodias durante el Corpus se hayan desenvuelto entre inusuales amenazas de tormenta y ventarrón del Norte. Un jueves más de rebeca que de botellín helado. Los taberneros más puristas no han estrenado la campaña caracolera y en La Alfalfa, verbigracia, los parroquianos del Kiko paliamos la abstinencia con el recurso de emergencia a la cabrilla con tomate, un sucedáneo aceptable mientras no desate nostalgia del «escargot bourguigon». Por algo se canta eso de «caracol-col-col, saca los cuernos al sol». Sin calor, se acoquinan los gasterópodos y es complicado atraparlos, sí, pero más difícil todavía es que la purga resulte eficaz hasta eliminar por completo la arenilla. Termina en tres semanas, total, la primavera más lluviosa en medio siglo y no hay pantano andaluz que no se halle rebosante de agua a pesar de que los voceros del apocalipsis climático auguraban en Navidad catastróficas sequías, irreversible desertización y asfixiante calentamiento. ¡Cuántos minutos de telediario desperdiciados en asustar a las viejas! Vaticinan ahora nuestros cenizos meteorológicos drásticas subidas de la temperatura en verano, como si por aquí se hubiesen avistado alguna vez pingüinos en agosto. Las estadísticas del tiempo se calculan, como todas, mediante promedios y no hay año en el que un parámetro, o varios, no se disparate hacia arriba o hacia abajo. Hasta un ecologista, con tres horitas exprimiéndose las meninges, sería capaz de entender este razonamiento. Pero se conoce que es más divertido pregonar el fin del mundo en cada cambio de estación. Y, sobre todo, más rentable.
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