Andalucía

Pérez-Llorca

Tras redactar la Constitución, formular las reglas del Estado autonómico y atar el ingreso de España en la OTAN, apenas sobrepasada la cuarentena, se marchó de la política para no volver

Tras redactar la Constitución, formular las reglas del Estado autonómico y atar el ingreso de España en la OTAN, apenas sobrepasada la cuarentena, se marchó de la política para no volver

Llega a este rincón con mucho retraso el recordatorio a la figura de José Pedro Pérez-Llorca, único redactor andaluz de la Constitución y antepenúltimo en abandonar este valle de lágrimas, pues sólo le sobreviven los «migueles», Herrero de Miñón y Roca. Jurista de gran prestigio y diplomático de (breve) carrera, etapa en la que desarrolló la astucia negociadora que lo llevó a ser motejado como «zorro plateado», este gaditano recriado en Madrid jamás abjuró de sus orígenes, y los mantuvo presentes en la formidable retranca con la que se expresaba, ni dejó de añorar la luz de las playas atlánticas. Tras redactar la Ley de Leyes, formular las reglas del Estado autonómico en el Ministerio de Administración Territorial y atar desde el de Exteriores el ingreso de España en la OTAN, todo eso apenas sobrepasada la cuarentena, se marchó de la política para no volver jamás. ¿Percibe el lector la diferencia entre la vocación de servicio público de los políticos de entonces y el profesionalismo de garrapata de los de ahora? Pues una estimable porción de ellos, que aún visten como colegiales a la edad a la que Pérez-Llorca ya había irrumpido para siempre en los libros de Historia, todavía se permite abjurar de aquella generación providencial con expresiones despectivas como «régimen del 78». ¡Lo que hay que aguantarle a una panda de becarios! Conviene llegar a la cosa pública cotizadito de casa y con una profesión para subsistir una vez que los electores prefieran a otro, lección que no ha retenido Susana Díaz y por eso la vemos ahora perder el poco decoro que conservaba en una riña de verduleras por los jirones del poder orgánico, es decir, por su sueldo y el de su camarilla de «bons à rien». Existe un amplio abanico de grises entre el coche oficial y la sopa boba de las hermanas paulinas.