Andalucía

Pisa: de la torre al informe

Los tres jóvenes pasajeros de la fila de atrás en el vuelo nocturno a la capital de Italia, según se podía colegir de su conversación, eran estudiantes universitarios que, al menos uno de ellos por la naturalidad con la que hablaba de sus frecuentes desplazamientos de Filadelfia a Madrid, había tenido alguna experiencia académica en Estados Unidos. Quiero decir que pertenecían a la élite sociocultural. «Quillo, ¿la torre de Pisa está en Roma?» La pregunta congeló la escena en todo el sector delantero del avión durante tres segundos, como esos «mannequin challenge» que se pusieron de moda hace un tiempo. «Qué va, tío», le respondió su amiga propiciando un momentáneo alivio. «Está en Florencia», remató para sumir al respetable en la desesperación. De modo que un bachiller andaluz termina sus estudios sin haber aprendido en Geografía que Pisa es una ciudad y sin haber ubicado en el mapa, en Historia del Arte, uno de los más célebres conjuntos arquitectónicos del Renacimiento. Tampoco tendrá, el pobrecillo, noción de la existencia de un «Informe Ídem» realizado por la OCDE y que, curso tras curso, lo clasifica entre los más zoquetes del globo. El año pasado, la consejera Adelaida de la Calle y su eco parlamentario, Mario Jiménez, no sólo esgrimieron ese argumento tan rebosante de madurez autocrítica de «el profe me tiene manía», sino que además mintieron al acusar de tendenciosos a los evaluadores. Su sucesora, Sonia Gaya, declaró hace un mes que «el informe PISA no me preocupa», y hablaba con toda la razón del mundo: sin aire acondicionado en aulas en las que se imparten clases por encima de los 35 grados, cualquier septiembre o junio de éstos se le queda un alumno pajarito de un golpe de calor y entonces es cuando vamos a contemplar el verdadero retrato de nuestro (su) sistema educativo.