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Remojo saludable

La Razón
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Los caminos de la motivación son inextricables para los deportistas y a aquella selección andaluza de los primeros noventa, impecablemente vestidos de verde-Junta con Hércules y las columnas junto al corazón, nos espoleaba de esta guisa un entrenador que en su juventud había sido adicto a Carlos Cano: «Cuando en Córdoba había cañerías, estos bárbaros todavía pedían la mano de la novia a garrotazos...». La arenga no surtió efecto, pese a su indudable fuerza épica, porque el rival vallisoletano contaba con el favor de un público numeroso y una considerable ventaja antropométrica, nada desdeñable en un deporte de combate como el rugby, pero a aquellos jóvenes se nos quedó grabado el orgullo de proceder de una tierra de gentes pulcras y conocedoras de la tradición latina del «salus per aquam» que se tradujo atinadamente como «hidroterapia» antes de que se impusiese el acrónimo «spa». Las aguas termales urbanas, mutatis mutandi, se han terminado convirtiendo en una atracción turística más, seguro que con un concepto más ecléctico que en su origen pero con idéntica sensación placentera: desde las piscinas de tres temperaturas romanas (tepidarium, caldarium y frigidarium) hasta la ducha de contrastes escocesa o desde la sauna finlandesa hasta las burbujas que inventaron en Arkansas los hermanos Jacuzzi, un universo de artilugios a disposición del cliente por mucho menos de lo que cuesta una noche de cubatas. Se sale planchadito, como recién pasado por la lavandería aunque con las manos arrugadas cual garbanzos, la tensión desciende bajo cero, el ánimo se regenera y el cuerpo queda a punto de caramelo para la siesta.