Sevilla
Rutina / ruina
Nadie lo va a notar, menos aún este servidor de ustedes, pero resulta que la presente es la última columna de esta serie veraniega en la hemos tratado de evitar la política. «Fresco», se dice tópicamente al encargar un trabajo estival, y uno nunca sabe si es una recomendación para el tono del artículo o una imprecación hacia el autor. Lo cierto es que, a partir de mañana, el lector se encontrará con «el mismo careto, el mismo espacio» y ni siquiera tendrá el consuelo de contemplar un remake de la famosa película de Campanella, una comedia romántica –que trata sobre periodistas, mira por dónde– de cuando Ricardo Darín era mucho más que el suegro de la protagonista de «La casa de papel». Durante estos meses, les habrán llegado ecos del debate de moda entre la vanguardia snob de la intelectualidad occidental, la debelación de las vacaciones y la fe en que la Santa Rutina devuelva la serenidad a las almas atribuladas del hombre posmoderno. No les hagan ni puto caso. Quede constancia de que uno sólo habla por sí mismo, pero las obligaciones veraniegas se han ceñido a escribir cualquier banalidad que ayudase a rellenar tres paginitas mal contadas. ¡El nirvana! A ver ahora quién es el valiente que lidia otra vez con un cuadernillo, la berrea electoral de los políticos que atruena de nuevo, los encargos de la superioridad, la carne mechada de turno, las crónicas de la Liga y de la UEFA fregando los platos en el descanso, colaboraciones radiofónicas, reportajes sabatinos, tertulias dominicales muy regadas, alguna que otra juerga extemporánea... Sólo los cenizos, amputada su capacidad para disfrutar de la vida y sin sabiduría para evitar que el descanso entretenido se convierta en molicie tristona, pueden añorar tan agotadora sucesión de obligaciones. ¿Cuándo es el primer puente del curso?
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