Andalucía
Tatuajes sentimentales
Detesto los tatuajes. Algo que está grabado en tu piel y que no se pueda quitar con una buena ducha es para mí insufrible. Al contrario me sucede con las situaciones y, sobre todo, con las personas que se te quedan grabadas. Para siempre en tu corazón, ya sé que el corazón es sólo un músculo que bombea la sangre y que lo mejor y lo peor del ser humano se produce en el todavía misterioso cerebro. Pero los versos que me conmueven, las letras de las canciones, que me sirven para encender recuerdos, los libros con los que vibro, la música que me hace soñar y, sobre todo, las personas que han marcado mi vida en lo mejor de ella, están unidas a mi corazón. El día 31 del pasado domingo se cumplieron 4 años que ya no vemos físicamente a José Manuel Lara. Su personalidad, su obra, su lucha, su capacidad para mediante la charla, incluso con la discusión, demostrarte lo equivocado o acertado de algunas ideas o acciones; cómo era capaz de reprocharte un error, pero con cuánta alegría te felicitaba por lo contrario, hacen que siga vivo en tu vida diaria. Le digo a mi hijo –licenciado en ingeniería informática– que de su actual trabajo no puedo entender que lo realice en su propia casa. La mayoría de los días me lo explica y todo parece lógico, pero a mis años, trabajar es salir de casa, justo en el contacto permanente con la gente es donde creo que se obtiene la mejor formación en todas las cuestiones de una vida. Precisamente, siempre he tenido esa actitud como bandera, que me ha dado todo lo bueno que disfruto. Justamente así conocí a José Manuel y a su esposa Consuelo. Puedo decir que fue una especie de flechazo de amistad. Cuánto aprendí, qué confianza me tuvo. Dos ejemplos: cenando un día me dijo «escribes bien, he leído un prólogo grande de un libro, que habéis firmado dos, pero que has escrito tú». A partir de la semana siguiente estaba escribiendo en LA RAZÓN, aquí sigo después de 13 años. En otra ocasión me comentó que su padre siempre quiso ser marqués y tener un periódico en Sevilla, que don Juan Carlos le había arreglado lo primero y que lo segundo quería hacerlo él, haciendo de LA RAZÓN un periódico de Sevilla y que me encargaba que esto se llevara a cabo. Me quedé petrificado, traté de hacerle comprender que tenía gente mucho más capacitada. Su respuesta: la decisión ya esta tomada. Al día siguiente estaba en ello con toda mi energía y la que me prestaron muchas personas. Como verán en estas pinceladas está mi tatuaje de José Manuel, que es eterno.
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