Andalucía

Tristes desayunos errantes

La Razón
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El cierre por descanso agosteño del bar de debajo de casa, donde Jairo sirve a diario el desayuno sin necesidad de preguntar el menú y sabe que la conversación no arranca hasta que haya apurado de un trago el café con leche fría, está propiciando un penoso peregrinaje por los establecimientos vecinos –y también un poco más lejanos debido a circunstancias que no vienen al caso–, donde el ritual se resiente a causa de factores humanos y geográficos: ni el camarero conoce las costumbres del cliente ni éste es capaz de encontrar la ubicación y la postura confortables que determinarán un arranque de jornada ideal. En la primera colación, lo consuetudinario asciende hasta las cumbres de la obligatoriedad y todo cambio, por pequeño que parezca, sume en el desconcierto, que es el estado de ánimo inmediatamente anterior a la melancolía. En algún local, se confunden los términos «templado» y «ardiente» para provocar abrasiones en todo el tracto digestivo; en el de al lado, sirven un intragable tomate en rodajas como (nada logrado) sucedáneo del delicioso tomate triturado o, mejor todavía, restregado; el camarero del de más allá sufre alucinaciones porque cree escuchar el herético apellido «de york» cuando es pronunciado el sagrado nombre del jamón; las palabras «mantequilla» (hummm) y «margarina» (puaj) han adquirido en algunos bares una inopinada sinonimia; ciertos hosteleros han desterrado de su lista de la compra la manteca colorá cediendo ante la moda de la zurrapa; e incluso hay desaprensivos incapaces de distinguir entre el zumo de naranja y la Fanta; la media tostada de un sitio alimenta a una familia pero la entera de otro te hace llegar a la hora del almuerzo al borde la inanición... A cierta gente, en aras al interés general, debería serle suspendido el derecho a las vacaciones.