Flamenco
Volar muy alto II
Les dejé pendiente el segundo concierto de los que te marcan a fuego. El viernes me llamó Carmen Tello, me dijo que Marina Heredia y Dorantes actuaban en el auditorio Rafael de León –nombre tan glorioso ya te llama–, que si me apetecía ir a verlos. No era necesario pensarlo. Había motivos, disfrutar de la compañía de Curro y Carmen –aunque en mi caso sea habitual– es siempre un auténtico placer. A Dorantes lo conozco artísticamente, no personalmente. Diré que pienso de él lo que dice el programa del concierto: Dorantes es al piano flamenco lo que Paco de Lucía a la guitarra. Lo decía antes de verlo escrito. Además les confieso que una de mis vocaciones frustradas es haber sido pianista. Tanto es así que en mi casa tengo un maravilloso piano que perteneció al gran Antonio, el genio del baile, y que luego pasó a María Rosa, grande del baile, y al final terminó en mi poder. Marina Heredia para mí es la cantaora del momento, una mujer de Granada que domina todos los palos, que te puede arrullar en un cante recogido y que se deja la vida en unas tarantas. Añade a su arte su valentía en innovar sin molestar las esencias de lo más puro. Para colmo, es bella como una diosa. Hagan un cóctel con estos ingredientes y el resultado es un espectáculo deslumbrante, que el público interrumpía a mitad de algunos temas con vítores y aplausos interminables. Yo estuve a punto de la taquicardia en muchos momentos. «Esencias» se llama la maravilla que torpemente he tratado de contarles. Sería injusto no citar a un magnífico batería, Javi Ruibal, que hace de la percusión un roce de terciopelo; Anabel Rivera y Jara Heredia, en los coros, hacen verdad aquello de que no hay trabajo pequeño si el arte está en él. Para rematar faena tan perfecta, el hijo de El Lebrijano, cantaor sublime, apareció con su guitarra y se le rindió un homenaje al grande del cante, que puso al auditorio en estado de locura. No se rajaron las camisas porque seguimos en crisis. Otra noche de volar muy alto.
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