Valladolid

«A mis 105 años solo pido salud para seguir queriendo y que me quieran»

Es lo que nos cuenta la zamorana Catalina Martín, que afronta el nuevo año con «alegría y fortaleza»

La zamorana Catalina Martín recibe a LA RAZÓN en la residencia Plaza Real de Zaratán (Valladolid), donde vive ahora
La zamorana Catalina Martín recibe a LA RAZÓN en la residencia Plaza Real de Zaratán (Valladolid), donde vive ahoralarazon

Catalina es una mujer de esas que mueven el mundo. Sus ojos han visto pasar de largo dos Guerras Mundiales, una Guerra Civil, la Dictadura, la Transición y la llegada de la Democracia, aunque ella prefiere no pensar en ello y centrarse en las «cosas bonitas».

Pasó sus primeros años en el municipio zamorano de Villarín de Campos, ubicado en el Espacio Natural de las Lagunas de Villafáfila, donde, por estas fechas, en su casa lo que hacían era «buscar el turrón, cantar villancicos y salir a pedir el aguinaldo».

Procedente de una familia humilde, aprendió el oficio de modista antes de casarse, y como tal ejerció, enseñando también a otras chicas más jóvenes a coser, corte y confección.

Tuvo una hija, Cecilia, con su primer marido, del que se quedó viuda en 1940 cuando la pequeña tan solo contaba con tres años. Sin embargo, tuvo los «arrestos» de sacarla adelante por sí misma, aseguran a LA RAZÓN ella y su nieto, Miguel Fernández.

Catalina, Cati para su familia, quiso darle un futuro a esa «única niña que había en casa», y, «buscando siempre el trabajo y con mucho esfuerzo», pudo darle una carrera para que fuera maestra.

Nacida el 25 de noviembre de 1912 en esas tierras zamoranas, en un momento en el que España luchaba por sobrevivir, su mayor preocupación y miedo fue «no ponerme mala, aunque siempre he tenido muy buena salud y me han venido cosas rápidas y nada graves».

Por eso, para el 2018, con la sabiduría que dan los años, ella solo pide a la vida «estar bien para seguir queriendo y que me quieran».

Su familia -hija, nietos y bisnietos- se reúnen en estas fechas para arroparla y estar juntos, lo que ella disfruta mucho, ya que siempre le han gustado «los juguetes y las cosas de los niños».

Echa de menos algunas tradiciones perdidas como el aguinaldo de su Villarín de Campos natal, ahora con poco más de 400 habitantes, aunque valora mucho estar «en el mejor sitio posible para mi» donde ya no tiene que preocuparse por enfermedades, «porque ya no tengo que sufrir», y donde recibe el cariño de una familia que la arropa y que pide «un poco de la fortaleza que desprende Cati».

«Sin ellos, ¿dónde estaría yo?», se pregunta, a lo que su nieto Miguel responde: «no digas eso, pocas cosas se te han puesto por delante cuando de verdad te las has propuesto».

Presumida y coqueta, no le gusta hablar de su edad, ni que le llamen abuela, y hasta hace poco nadie sabía su año de nacimiento, e incluso ella se restaba primaveras. Sin embargo, sus ojos desprenden la paz de la experiencia, y sus manos la ternura del tiempo.