Castilla y León
Ser pastor en Castilla y León, una abnegada vocación que sigue viva
Tres de ellos cuentan a LA RAZÓN su experiencia en las montañas de León y Palencia y la meseta zamorana
Una de las profesiones más vocacionales y sacrificadas del primer sector en Castilla y León es la de pastor. La falta de vacaciones y días de descanso y las duras condiciones de trabajo, además de las «trabas burocráticas» para montar una explotación, de las que se quejan los ganaderos, dificultan el relevo generacional en el ovino y caprino, pero, a pesar de ello, el pastoreo sigue vivo.
El empeño de algunos jóvenes por mantener los rebaños de su familia y hacer de ellos su medio de vida están «salvando», en muchas ocasiones, a un sector en peligro de extinción.
Es el caso de Pedro González, de 34 años y natural de la localidad zamorana de Vezdemarbán. Junto a su padre atiende más de 800 cabezas de ganado caprino y lleva como responsable de su propia explotación cerca de trece años, «aunque entre animales he estado toda la vida», afirma a LA RAZÓN.
Asegura que «los pastores de vocación lo somos desde la cuna» y que su sueño de niño era tener su propio rebaño, «así que con catorce años ya tenía siete cabras por entretenimiento».
«Yo llevo bien este tipo de vida, aunque si tenemos una celebración familiar mi padre y yo debemos atender todo por la mañana y ordeñar por la tarde, lo que sí que se me hace pesado», confiesa.
Todo lo que sabe del oficio lo aprendió de su abuelo materno , que le llevaba con él al campo y, aunque no le parecen mal las Escuelas de Pastores que están surgiendo a lo largo de la geografía española, asevera que «la práctica es lo más importante y eso no se aprende en dos días». «Somos más que una empresa, vivimos por y para el ganado, y el que no lo sienta así, que se dedique a otra cosa», afirma tajante.
Pedro no es el único joven con esta pasión. Javier Manzano, de 28 años es «un enamorado de las ovejas, pastor de nacimiento y quesero vocacional». Estudió Ingeniería Industrial y aplicó todos los conocimientos adquiridos para poner en marcha la Quesería Artesana Zarandiel del leonés Barrillos de Curueño.
Javier reconoce que prácticamente no tiene vida social aunque se permite salir los sábados por el Barrio Húmedo de la capital «y poco más, porque las 600 ovejas de mi explotación no me permiten más excesos».
En el otro lado está Mariano Buey, de 77 años y natural del municipio palentino de Becerril de Campos, que ha cedido el testigo de cuidar de su rebaño a su hijo, de 47. «Ya no puedo trabajar desde las siete de la mañana hasta la medianoche», confiesa.
Pero si de futuro negro se trata, los pastores trashumantes son los que se muestran más pesimistas con la situación actual. El secretario de la Asociación Ibérica de Pastores Trashumantes, el leonés Rubén Valín, lamenta a este diario el «bajo precio del cordero» y otros productos de la oveja, «porque la leche no está boyante».
La trashumancia es casi residual a día de hoy entre la provincia leonesa y Extremadura cuando hace 50 años era un importante recurso económico. Ahora apenas se mueven cuatro rebaños de menos de 5.000 merinas que pastan en las zonas de Babia, Redipuertas y Vegarada.
José Antonio Velasco, de 40 años, llora que «tres décadas han bastado para dar al traste con una tradición de ocho siglos y ahora el precio de la lana, que fue potente divisa española, apenas cubre el coste del esquileo».
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