Libros
Candel por sí mismo
Debate publica mañana los diarios inéditos del escritor catalán
Debate publica mañana los diarios inéditos del escritor catalán.
La profesora Anna Caballé no podía creer lo que veían sus ojos. María, la hija de Francisco Candel, le mostró dieciocho cuadernos escritos con letra menuda y en los el autor de «Els altres catalans» fue narrando su día a día, desde una primera anotación, a los 18 años, cuando murió su madre. Ese material es el que ahora queda a disposición de todos los lectores en «EL gran dolor del mundo. Diarios 1944-1975» y que mañana llega a las librerías de la mano de Debate.
La amplia selección realizada por Caballé nos permite conocer a Candel en todos sus ángulos, con una mirada intensa hacia una época política y social complicada, demasiada complicada por obra y gracia del dictador que rige los destinos de un país con un futuro incierto por culpa del aislamiento creado por el franquismo. Todo ello queda anotado.
Candel lo anota todo, por ejemplo lo que ve en un vagón de metro un 13 de febrero de 1954: «Hoy he visto un negro. En el metro. Era un negro negro de verdad. Hasta los labios eran negros, y el blanco de los ojos también. Únicamente tenía claras las palmas de las manos, las uñas y el cabello, que era cano. Y tal vez el alma, remedando a Insúa. Por lo menos ponía cara de mansedumbre. Llevaba un maletín y de él sacaba unos décimos de lotería que hojeaba y remiraba. El abrigo era de color de chocolate. La gente lo miraba. Unos con disimulo, otros con insistencia. Y yo, sin saber por qué, le he tenido lástima. ¡Qué trágico ser negro en medio de blancos! Es una lacra de la que no podrá supeditarse [sic]. “Es negro”, dirán. Y cuando lo mencionen: “El negro, el negro”».
En las páginas de estos diarios podemos ver cómo el entonces naciente escritor empieza a conocer las garras de la censura, especialmente con una obra incómoda para el régimen. Véase, por ejemplo, lo que afirma en una entrada del 20 de enero de 1959: «Censura ha hecho una “masacre” con mi libro “¡Échate un pulso, Hemingway!” Esta palabra emplea Mariano Tudela, al comunicarlo por carta a Pareja y Borrás Editores. El oficio así lo confirma. Aún no he visto (no han llegado todavía) las galeradas. ¡Qué cabrones llegan a ser!» Unos días más tarde, el 6 de febrero, vuelve a escribir sobre el tema: «En mis manos, las galeradas de “¡Échate un pulso, Hemingway!” La novelita “Richard” la suprimimos, de cómo la han dejado. Censura son desconcertantes. En “Esa infancia desvaída” tienen la malicia que uno no tuvo». Seguidamente deja sus impresiones sobre la represión que se vive en España: «La policía, a un detenido que apaleó pero que no cantó, lo resolvió de la siguiente manera: detuvieron a su mujer y le retorcieron las tetas. Habló ella, o el marido, al ver esto. A un detenido de la SEAT, de cuando las huelgas, en la cárcel, le cascaron con una cuerda por entre las piernas, en los testículos. Tomás Salvador dice que sólo pegan los policías de mis libros y de mis barrios».
Son muchos los acontecimientos que Candel fija en estas libretas y no son exclusivamente vinculados a su territorio más cercano. Por ejemplo, queda profundamente impresionado al saber que ha muerto prematuramente el escritor francés Albert Camus. Es el 5 de enero de 1960: «Ha muerto Albert Camus. Ayer noche oí la noticia por radio. Ha perecido en un accidente de coche. No tenía derecho a morir. Tiene una gran obra hecha, pero se esperaba más de él. Desconcierta este absurdo. ¿Por qué él? Siempre mueren los mejores. Es verdad. Aunque todos morimos –mejores y peores–, los mejores mueren a destiempo. En esta lotería de los accidentes todos jugamos bastante, pero hay hombres que es necesario que mueran –Franco– y ellos nunca sacan el boleto. Me ha impresionado la muerte de Camus. Muchos confiaban en su vuelta –no sé si hubo partida– al cristianismo. Su literatura tenía un trasfondo de esperanza. El Dios cristiano –si existe– no le ha dejado volver».
«El gran dolor del mundo» concluye con otro fallecimiento, éste con unas consecuencias directas hacia el destino del país. Es el 20 de noviembre de 1975. «FRANCO HA MUERTO. Esta vez irreversiblemente. E inexorablemente. Hacia las seis de la mañana sonó el teléfono, y me lo imaginé. Pensé que alguien, ya enterado por casualidad, por la radio, seguramente, Paquita, a lo mejor, llamaba para decirlo. (...) Las luchas alrededor de su muerte han debido ser feroces».
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