Crítica de cine

Dogma

La Razón
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Dogma, del griego “dógma”, creencia o precepto. Sustantivo derivado del verbo “dokein”, que quiere decir opinar. Ante la imposibilidad de conocer, los seres humanos asumimos el dogma como una opinión o creencia que elevamos a la categoría de verdad sin sustento empírico alguno.

Somos seres emocionales y los dogmas se han convertido históricamente en el refugio de nuestra más temidas emoción, el miedo. Miedo a la muerte, a lo diferente. La negación de nuestros propios miedos nos coloca en una punto ciego ante nosotros mismos, ante el mundo. Nos inhabilita para analizar y entender las situaciones. Nos impide tomar la distancia necesaria. ¿Cómo vamos a poder empatizar con el prójimo sin despertar primero nuestra consciencia? El desconocimiento provoca incertidumbre, la incertidumbre es el disparador del miedo y el miedo es el camino hacia un largo y oscuro invierno. Ante las preguntas sin respuesta y nuestra ansiedad por encontrar soluciones rápidas es mucho más fácil jalear un ¡Viva el dogma!

Pero los dogmas tienen un precio. Son antagonistas de la evolución y de la innovación. La incapacidad para desapegarnos de nuestras propias creencias, de reconocer nuestras emociones, nos lleva irremediablemente al enfrentamiento, al conflicto. Nos llevan a un culebrón melodramático sin fin. En nombre de dogmas hemos cometido todo tipo de sinrazones: matado, insultado, golpeado, mentido... Cuando el dogma entra en el cerebro, se produce el cese de toda actividad intelectual. Es mucho más fácil dogmatizarte que discutir, vencer que convencer. Ya lo dijo Unamuno, hace más de ochenta años.

La educación, como vía de acceso al conocimiento, es el único antídoto posible. Frente al dogmatismo, la valentía del libre pensamiento, la consciencia y la empatía; el escepticismo. Frente al túnel sin fin de la exaltación, el diálogo socrático como herramienta de luz. Frente a la imposición de una idea, la persuasión mediante la palabra y el argumento.