Benedicto XVI
Dos símbolos de la Barcelona de hoy
En su visita a Barcelona para la dedicación de la Basílica de la Sagrada familia, Benedicto XVI unió la belleza con la caridad diciéndonos aquellas entrañables palabras que me parece muy oportuno recordar textualmente: «He tenido el gozo de dedicar la basílica de la Sagrada Familia, que Gaudí concibió como una alabanza en piedra a Dios, y he visitado también una institución significativa de carácter benéfico–social». Con estas palabras, el Papa hacía un resumen de aquellas horas memorables del domingo 7 de noviembre de 2010, en el que, después de la ceremonia de la mañana, y antes de retornar a Roma, por la tarde visitó la sede central de la Obra Diocesana del Nen Déu, especializada actualmente en la educación de niños y jóvenes que padecen discapacidades. Fue aquel un gesto tan humano y tan logrado que ya ha pasado a ser usual en los posteriores viajes pontificios.
Benedicto XVI añadió que estos dos actos eran «dos símbolos en la Barcelona de hoy de la fecundidad de la fe cristiana, que marcó también las entrañas de este pueblo y que, a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios, contribuye a crear una sociedad más digna del hombre».
Estas palabras –crear una sociedad más digna del hombre– ¿no reflejan acaso uno de los problemas más vivos en la conciencia de muchas personas de todas las condiciones y de todas las creencias en estos momentos? A la Iglesia, que como dijo Benedicto XVI en su primera encíclica «no puede ni ha de emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible», también «le interesa en gran manera trabajar por la justicia, esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad de las personas a las exigencias del bien».
No se puede decir que la Iglesia esté inactiva ante las necesidades crecientes de esta hora. Son muchas las parroquias, las órdenes y las congregaciones religiosas, las entidades cristianas y civiles que trabajan al servicio del prójimo con el espíritu del buen samaritano. Lo hacen con creatividad y dando de sí todo lo que pueden e incluso, a veces, más de lo que humanamente pueden. Las Càritas diocesanas trabajan al límite de sus posibilidades.
El tercer objetivo del Plan Pastoral del Arzobispado de Barcelona, válido hasta el año 2015, propone la práctica de la solidaridad como expresión de la fe cristiana. Este objetivo se armoniza plenamente con una de las finalidades que Benedicto XVI señaló para el Año de la Fe que estamos celebrando. Nos dice que «el Año de la Fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad».
La fe sin la caridad no da fruto y la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente sometido a la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente. La fe nos ayuda a reconocer el rostro de Jesucristo en los hermanos débiles y necesitados que piden nuestro amor. Las palabras del Señor son claras: «En la medida en que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos tan pequeños, a mí me lo hicisteis». El apóstol Santiago nos dice en su carta que la fe sin las obras está muerta. A la luz de esta doctrina, y en medio de las muchas necesidades y dramas que provoca la actual situación de crisis, doy gracias a Dios por poder constatar un resurgir de la solidaridad en nuestra sociedad. Para los cristianos, este hecho es un signo de que la fe entre nosotros no está muerta.
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