Literatura

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La periodista que hizo reír a Buster Keaton

Quaderns Crema recupera las crónicas de Irene Polo, la genial pionera del periodismo catalán

Irene Polo tenía poco más de 21 años cuando, por ejemplo, conoció a Buster Keaton o siguió sin éxito a Francesc Cambó en busca de una entrevista, en una trayectoria profesional tan corta como vibrante, que terminó a los 27 años cuando aceptó la propuesta de Margarida Xirgu para irse con su compañía a América / Foto: archivo
Irene Polo tenía poco más de 21 años cuando, por ejemplo, conoció a Buster Keaton o siguió sin éxito a Francesc Cambó en busca de una entrevista, en una trayectoria profesional tan corta como vibrante, que terminó a los 27 años cuando aceptó la propuesta de Margarida Xirgu para irse con su compañía a América / Foto: archivolarazon

Quaderns Crema recupera las crónicas de Irene Polo, la genial pionera del periodismo catalán

¿Irene Polo? Tenía unos ojos fascinantes, inquisidores, que podían perderse en un segundo en diez mil quimeras y fantásticos pensamientos. Para evitarlo, para concentrarse, entrecerraba los párpados y hacía extrañas muecas, como si se estuviese transformando en un ser diferente, en algo mayor, en un superpoder. Escribir para ella era entonces una especie de ancla a la realidad que utilizaba para no perderse, porque podía perderse muy muy lejos si no lo hacía.

Si la veías con una de esas muecas, no había nada que hacer, podía desnudarte de arriba abajo y descubrir todos tus secretos. Intuitiva y pasional, era un torbellino que convertía la realidad en palabras y ella allí, en medio, quieta, reordenándolas a voluntad para que todo fuese exactamente como ella había escrito. No, no inventaba nada, era mejor, hacía que la realidad no pudiese ser de otra manera que como ella la había descrito. Ahí estaba su poder, en su convicción.

¿Irene Polo? Y entonces dejaba ver su enorme sonrisa, una contagiosa y animal exaltación de ánimo que abría su rostro y lo iluminaba como si la tierra viese una nueva y enorme estrella engullir el sol. Esa sonrisa está debajo de todo lo que escribió, en un eco mágico. Al leer sus crónicas, puedes imaginártela con la boca bien abierta, golpeando la máquina de escribir con un ritmo endemoniado como si fuese un juego, una travesura, un truco, un abracadabra para abrir todas las puertas.

¿Irene Polo? ¿Quién era Irene Polo? Simplemente un prodigio, un aleluya, una FELICIDAD, que siempre ha existido, pero no conoces, y entonces lo haces, la conoces, y todo cambia. ¿Irene Polo? Que no se haya hecho esta pregunta mucho antes que ahora es al mismo tiempo un delito y un deleite, porque ahora toca contestar la pregunta. ¡No hay mayor alegría que contestar las grandes preguntas! ¿Quién era Irene Polo? Sencillamente, el mejor periodista de su generación, sea hombre, mujer o alien con gabardina, que sólo trabajó, es decir, escribió, durante seis años, pero fue suficiente para dejar claro que la crónica y el reportaje son géneros literarios que generan curiosidad, invitan al conocimiento, invocan a la rabia de la protesta, y, y, en su caso, hasta pueden invitar al más puro entusiasmo.

Una vida corta y difícil

La editorial Quaderns Crema publica ahora «Irene Polo. La fascinació del periodisme. Cròniques (1930-1936)» donde recoge sus grandes artículos desde que el 28 de agosto de 1930 debutase con un largo artículo sobre todas las mendicidades y maravillas detrás de la casa de empeños y todos los prejuicios que despierta. En esta primera pieza ya se ve a una joven de 21 años despierta y llena de energía que necesita quemar. No está para tonterías, permaneciendo incrédula a todo lo que se le dice y prefiriendo deducir sus conclusiones a partir de lo que ve. Su prosa son como constantes latigazos en una crónica literaria de su paso por la tienda y su relación con todos los allí presentes, desde el dueño, los encargados o los clientes, que siempre se presentan como golpeados, temerosos de recibir allí el próximo golpe, quizá el que les liquide definitivamente. «Ve tan costa amunt de creure's que les “cases d'empenyo” són una institució filantròpica», concluye como esas dulces damiselas que clavan el puñal mortal sin abandonar su cara de ángel.

¿Irene Polo? No tuvo una vida fácil, desde luego. Su padre, guardia Civil, fallece en su primera adolescencia y ella se ve obligada a abandonar la escuela y empezar a trabajar para cuidar de su madre y sus dos hermanas pequeñas. Su talento es, pues, totalmente autodidacta. Por su carácter decidido, la despiden de su trabajo más fijo en una oficinas por enfrentarse a sus propietarios, con lo que tendrá sus simpatías bien definidas desde muy pronto, poniéndose siempre al lado de los trabajadores.

A mediados de 1930 empieza a colaborar con la revista «Imatges» donde dejará patente desde el principio su versatilidad. Tanto puede hablar de cómo no ha tenido una entrevista con Francesc Cambó, del que sólo ha conseguido que le confirme que se encuentra «eixerit», como explican Glòria Santa-Maria y Pilar Tur en el prólogo del libro, a acompañar a Buster Keaton y su mujer a una excursión a Sitges. La historia hiela la sangre, sobre todo por como la estructura, empeñada en conseguir la foto del cómico sonriendo y fracasando vilmente, hasta que lo consigue al final, cuando ya no tienen las cámaras cerca. En su caso, tanto da, el poder de su escritura posibilita ver esa imagen al instante.

A partir de aquí seguimos toda su trayectoria en publicaciones como «La Humanitat», «La Rambla», «L'Opinió», «L'Instant» o «Última Hora». En una de sus últimas entrevistas, mientras la actriz Margarida Xirgu le explica que está a punto de marcharse con su compañía a América, Irene Polo le pedirá bromeando si se la puede llevar con ella. Xirgu, sin pestañear, gritará que es una estupenda idea y antes de que se de cuenta estará en un barco camino de Buenos Aires como responsable de la compañía.

Aquí empezará a acabarse su vida, pues tanto la Guerra Civil como la II Guerra Mundial le impedirán volver a casa, a pesar de sentir una gran añoranza. Si su primera intención era seguir escribiendo, su trabajo se lo impedirá, y cuando abandone a la Xirgu, para ganar dinero empezará a trabajar doce horas diarias en una empresa de publicidad. Sin escribir, sus ojos se perderán en diez mil fantasías, que cada vez se harán más negras, hasta que se quite la vida en 1942, con sólo 33 años. ¿Irene Polo? Un fulgor que brilló y se apagó antes de que el mundo lo advirtiera.