Teatro
La realidad virtual enseña su lado oscuro
El regreso al Lliure de «L’inframón», de Jennifer Haley, vuelve a poner de moda las ficciones en torno a los simuladores.
El regreso al Lliure de «L’inframón», de Jennifer Haley, vuelve a poner de moda las ficciones en torno a los simuladores.
El concepto de realidad está más en entredicho que nunca, tanto, que el término realidad virtual ha quedado desfasado, pues presupone la existencia de una realidad esencial, primera, pura más valiosa o «real» que la segunda. ¿Qué hay de irreal si veo, oigo, palpo, saboreo, sufro todo lo que hay a mi alrededor? ¿Es sólo un solipsismo si son muchos los que ven, oyen, sienten lo mismo? ¿Por qué la realidad «primaria» tiene mayor valor sólo por ser «primera»? Eso sería como decir que los monos son más «reales» que los seres humanos. El mundo está cambiando, y es mejor estar preparados para los nuevos paradigmas.
El Lliure de Gràcia recupera «L’infemón», obra de Jennifer Haley que fue una de las mayores sorpresas del último Festival Grec. El montaje, dirigido por Juan Carlos Martel y protagonizado por Andreu Bonito, Joan Carraras y Mar Ulldemolins explica la historia de un futuro probable en la que un ingeniero crea un mundo virtual steampunk, en el que en un entorno victoriano, en una especie de Londres decimonónico, los personas que se subscriben se convierten en avatares en este mundo. La particularidad de él es que la libertad es absoluta en este mundo y todos pueden hacer realidad sus perversiones y crímenes. «¿Para que un acto sea reprobable, tiene que ser físico o puede ser también mental o sensorial? Esta es una obra de ciencia ficción que realmente genera debate y reflexión, pero que dentro de 20 años puede estar hasta desfasada», asegura Carreras.
La puesta en escena, que juega con el vídeo y las diferencia de alturas para separar el mundo real del virtual, se convierte en un tenso thriller en la que una detective buscará al creador de este «submundo» para obligarle que cierre el sistema o cree leyes similares a la realidad. «En este nuevo mundo tus crímenes no tienen consecuencias, así que se pierde el miedo a cometerlos», afirma Ulldemolins.
El concepto de virtualidad surge a mediados del siglo XX, sobre todo en cuentos y novelas de ciencia ficción. La maestría del género no llegaría hasta la llegada de los 60, la contracultura, las drogas psicodélicas y la irrupción del loco maravilloso Philip K. Dick, de «Ubik» a «Valis» o incluso «El hombre en el castillo».
Aunque la obra maestra de los simuladores virtuales es «Snow crash», de Neal Stephenson, una extraña mezcla de mundos en que un repartidor de pizzas del futuro y gran programador vivirá una existencia paralela en un mundo en parte recreado por él para abrir los ojos del lector de la necesidad de alteridad de lo lógico y establecido para encontrar ese más allá que dé más razón a la existencia.
Otro de los hitos en este sentido es muy reciente, «Ready player one», de Ernest Cline, que ya ha llamado la atención del mismísimo Steven Spielberg, que ya prepara su adaptación cinematográfica. La historia es como una especie de «Charlie y la fábrica de chocolate» en el ciberespacio. Estamos en 2045 y el mundo es un desastre. El creador de Oasis, programa de realidad virtual que arrasa en todo el mundo, muere sin herederos y propone un juego, quien encuentre en su mundo un tesoro se quedará su fortuna y el control, todo esto aliñado con gadgets de los 80, pues es el eje de donde se ha creado este mundo.
Stanislaw Lem, William Gibson, Richard Bach, Christopher Priest o Kurt Vonnegut, la virtualidad ha dado, da y dará para mucho.
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