Literatura
Tengo un viaje que contarte
Novelas, memorias, teatro, ópera, blogs, cómics, fotolibros, la literatura de viajes está de moda, tanto, que parece contagioso
Si los canguros supieran escribir, seguro que habría épicos recuentos detallados de sus grandes saltos por los planos australianos. Si lo hicieron los pandas, habría mil libros sobre las delicias del bambú y las mil formas de prepararlo para enaltecer su sabor.
Si los canguros supieran escribir, seguro que habría épicos recuentos detallados de sus grandes saltos por los planos australianos. Si lo hicieron los pandas, habría mil libros sobre las delicias del bambú y las mil formas de prepararlo para enaltecer su sabor. Si lo hicieran las hormigas, seguro que habría increíbles diarios sobre rutas, trucos y milagros a la hora de buscar alimento. Sin embargo, por ahora, los únicos que escriben son los seres humanos y parece que lo único que les apetece escribir son sus viajes por todos los rincones del mundo, como si fuera su único hito extraordinario que mereciera contarse. Y no es que no lo merezca, por supuesto, escribir sobre un viaje es viajar dos veces, pero la imaginación no necesita moverse para encontrar cosas extraordinarias.
Sólo hay que mirar el auge de los blogs de viaje que ahora inundan la red. Poco a poco, han ido apartando la hasta ahora usual colección fría de fotografías, por detallados recuentos de anécdotas, historias y curiosidades de los protagonistas en los países de paso. Porque uno no vive por nada, eso sería demasiado esfuerzo, sobre todo lo hace para contarlo. Y la creencia que hay que irse lejos para que parezca que uno tiene algo interesante que contar existe.
Uno de los viajeros más icónicos de la historia, Guilliver, creación de Jonathan Swift, ejemplifica la motivación principal del viaje en este siglo XXI, el aburrimiento. Gulliver no salió de Inglaterra por un ansia de aventura, una necesidad insana de conocimiento, ni siquiera una curiosidad por aquello que nos es ajeno, sino porque su vida burguesa ya no le decía nada y decidió apuntarse en un barco mercantil como médico para ver si había algo más en la vida que comer queso o hablar con sir Edgar Frances sobre caballos, mujeres y mujeres con caballos.
Aquellos célebres «Los viajes de Guilliver» son un hito incuestionable de la literatura del XVIII y se sabe que en la cúspide de su popularidad inspiró a muchos a coger un barco sin rumbo conocido en busca de lo insólito. Algunos incluso lo encontraron, pero entonces no había blogs, una pena. La novela de Swift ha tenido adaptaciones al cine, al teatro, al cómic, y ahora llega el más difícil todavía, una ópera, y no una ópera cualquiera, sino una ópera mecánica, con títeres movidos por un sencillo softwere capaz de llevar al público a no sólo países lejanos, sino a mundos por descubrir.
El Teatre Nacional de Catalunya (TNC) acoge estos días el estreno de «El somni de Gulliver», obra que ejemplifica como ninguna la idea de viaje, es decir, lugar donde encontrarse con lo insólito y lo extraordinario. Roland Olbeter, colaborador habitual de La Fura dels Baus o Marcel·lí Antúnez, entre otros, ha creado, tras seis años de desarrollo, una obra a imaginación abrumadora creada a partir de marionetas robotizadas, videoproyecciones y ópera, pero ópera creada a partir de instrumentos automatizados de base acústica. «Hace cerca de 300 años de estos viajes surrealistas y quería revisarlos. Hemos querido dar una vuelta de tuerca a Gulliver. En lugar del hombre aburrido y desmotivado, lo hemos convertido en un científico anciano hastiado que viajará a otros mundos en busca de respuestas universales a la esencia de la vida humana», comenta Olbeter.
La obra nos presenta, así, a Gulliver cuando inicia un viaje espacial. Como si del Principito se tratara, tropezará con cuatro planetas, cada uno de ellos informándole de una de sus dudas universales, con las excelentes voces de Joan Martín-Royo, Clàudia Schneider, Antoni Comas o Carlos Fesser entre otros. «Estas máquinas sonoras todavía son muy limitadas, pero la sutil composición de Elena Kats-Cherin ha hecho un trabajo sensacional consiguiendo transmitir emociones como si de una ópera trágica se tratara», dijo Olbeter.
El Valentino aventurero
Este gusto por narrar nuestros propios viajes ha vuelto a poner de moda los relatos clásicos de este género. La editorial Abada acaba de recuperar la obra «Rumbo a la aventura», de Richard Halliburton, entre cuyas hazañas está nadar por el canal de Panamá o su misteriosa desaparición por los mares de la China. Amigo de Amelia Earhart, Douglas Fairbanks Jr. o Lowell Thomas, quien había hecho famoso a Lawrwence de Arabia, Halliburton hizo de los libros de viajes una superproducción hollywoodiense de aventura, romance y misterio. Un hito que ahora podemos volver a vivir.
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