Gastronomía
El Bouet, patente mediterránea con licencia para viajar
Del Pacífico al Mediterráneo se convierte en un consulado de múltiples gastronomías que cubre las expectativas de los paladares más dispersos
Motivados por la resonancia de la apertura del nuevo El Bouet, lo visitamos dos veces seguidas durante el mes de marzo. Sus creaciones invitan a una inmersión culinaria para ver sus fondos gustativos.
Fiel a su inquebrantable compromiso con la cocina de fusión lleva seis meses de vida con una concluyente actividad. Su capitán, Tono Pastor, demuestra que la ecléctica relación entre la gastronomía y los viajes es apasionada e inspiradora. Esta es una máxima indiscutible. Y en El Bouet lo ponen en práctica.
Desde su inauguración viven una auténtica primavera profesional que ha convertido su establecimiento en un lugar de referencia donde el continente y el contenido circulan por vías paralelas. Gracias a la colaboración del arquitecto Ramón Esteve. El traslado desde el milenario barrio de Russafa a la cada vez más (re)vitalizada Gran Vía Germanías ha permitido un crecimiento exponencial.
Se acabo la palabrería; no necesitamos más motivos para embarcarnos en esta aventura comensal. Sin pausa, seguimos la estela brillante de los platos elegidos que hablan por sí mismos. Como es habitual decido cargar con la (in)cómoda responsabilidad de trasladar el concierto de comentarios de las dos visitas realizadas.
Las sencillas patatas bravas, con identidad propia garantizada, son una declaración de principios antes de iniciar la ruta. El viaje gastronómico es una fuente de afecto (in)condicional por la aventura gustativa y tiene efectos beneficiosos, tanto para la salud emocional de los comensales como para la brújula de paladares sin rumbo definido.
Curry a la vista. «Mutsaman especiado con costilla de vaca». Nos adentramos en tierra ignota. Un comensal empieza a ser libre el día que pierde el miedo a experimentar y decide viajar con su curioso paladar como único equipaje, vamos con otra versión: Pannag seco de cacahuete con vegetales.
No hay que recurrir a sesudos debates. El Bouet está abierto de par en par. Sus verdaderos instintos viajeros no tardan en aflorar. Tras una primera pulsión a la carta esta se convierte en una hoja de ruta transoceánica. No pueden permitirse prescindir de conocer una serie de platos como «Albóndigas de cordero estilo xian con hierbas aromáticas» acompañadas del omnipresente arroz de jazmín, «Tiradito de bonito, ortiguillas y aguacate» y un destacable Mullidor de conserva casera de tomate, feta y capellán.
El Bouet se convierte en un consulado de múltiples gastronomías que cubre las expectativas de los paladares más dispersos. La fórmula del maridaje con(sentido) es especialmente idónea. Aunque a veces existan platos perfectamente (pre)visibles.
Por sus curry lo conoceréis, pero hay muchas más cosas. Gastronomía personal e (in)transferible. Muchas cocinas y una sola gastronomía. Un restaurante llamado a (per)durar.
Los platos se ciñen a un ilimitado metraje de sabores y sensaciones, donde prevalece la sorpresa. En la carta no se limitan los arrebatos creativos, a veces (im)prescindibles, pero en todo viaje gustativo siempre ocurren cosas.
La verdad gastronómica no tiene estructuras de ficción. Tras un segundo encuentro descubrimos el origen de la espontaneidad controlada en platos que se convierten en una brillante sucesión de argumentos culinarios y réplicas gustativas, sin descanso: «Thai de cerdo a la brasa con pomelo amarillo, lima y cacahuetes, Tartar de atún con encurtidos coreanos y arroz crocante de alga nori» y «Pulpo crujiente con fava y yogurt».
Compendio de «gastrovanguardia» atrevida que modifica parámetros hosteleros. La riqueza de lo diverso revoluciona los sabores, bajo el entorno singular y dinámico del nuevo continente. Despacito. No hay fusión imposible. El miedo a un futuro (in)cierto no tiene cabida. Se masca la alegría hostelera. Un estilo (des)complicado, donde no existe la rutina, que consigue multiplicar, sin descanso, el voraz apetito de gastrónomos viajeros.
Digámoslo todo. Aunque no siempre el rostro es el espejo del alma. En este caso las apariencias no engañan. No existen opiniones encontradas. La imagen icónica y la empatía gustativa son condiciones necesarias para hacerse con un hueco entre los gustos de los clientes. Y este es un claro ejemplo.
Las aptitudes de El Bouet no cogen desprevenida a la familia comensal. Gastronomía (in)formal muy bien pensada, creatividad y sentido de la oportunidad. Obren en consecuencia. Y saquen un billete para este viaje gustativo donde el destino final es una apuesta segura. Eso sí, un consejo, el índice de ocupación observado en el comedor y la demanda inducida, en la que están inmersos como novedad gastronómica, obligan a reservar con tiempo. Hay más que motivo.
Si son propensos a experiencias estimulantes. Confirmen in situ el éxito de esta filtración gastronómica (no) interesada. Hay más que motivo. Del Pacifico al Mediterráneo, con licencia para viajar.
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