Valencia
Hoy es pasado, mañana: la segunda oportunidad
Hay sobremesas que son insuficientemente valoradas sin saber el porqué. La segunda oportunidad pone el rostro al restaurante, reinterpreta comidas pretéritas y actúa como vía de escape ante cualquier duda
Hay sobremesas que son insuficientemente valoradas sin saber el porqué. La segunda oportunidad pone el rostro al restaurante, reinterpreta comidas pretéritas y actúa como vía de escape ante cualquier duda
Da igual hacia donde viajamos, siempre encontramos razones para adecuar la verdad hostelera a las emociones gastrónomas. En menos de un mes visitamos el mismo restaurante, con diferentes acompañantes y suerte dispar, en una capital castellana limítrofe a Valencia. Nos van a permitir que obviemos detalles del establecimiento por razones que sí vienen al caso y que pronto asumirán como propias.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Los hechos que sirven como coartada no son fruto de la ficción. Debemos pensar que algo que empieza mal se pueda enderezar después. La imposibilidad de que tras un arranque lamentable aparezca milagrosamente el arte hostelero es posible. No es intuición, es experiencia. Aunque es difícil que la realidad gastronómica actual no coincida con el deseo gourmet, la ebullición «gastrópata» actual puede ser desperdiciada por determinados brochazos de trivialidad hostelera
Adscritos a las utopías gustativas y a las sobremesas pretenciosas, seria pertinente y necesario traer a primera línea la posibilidad de una segunda visita y posteriores reencuentros para conocer verdaderamente un restaurante. No parece demasiado maduro reivindicar (re)conocimientos sin ofrecer oportunidades huyendo de los encuentros testimoniales.
Los comentarios se activan, entre plato y plato, por la adrenalina «gourmet» de los paladares extremos que nos acompañan. La sintomatología de la sobremesa es clara. El volcánico desencuentro hostelero puede llegar a ser apocalíptico. La deslumbrante jornada primigenia de hace un mes, convertida en un compendio de virtudes corales gustativas, resulta quebrada durante esta última visita. Algo ha ocurrido. No es posible este cambio.
Comida de expectación.... sobremesa de decepción, parafraseando a los taurinos. Con plena confianza estamos seguros que se ha tocado fondo. Y la reacción llega. Ante cualquier fallo multiorgánico del establecimiento: cocina, bodega, servicio, barra, es hora que el cliente intervenga más como comensal paciente que como cabreado cliente.
En estos tiempos de competencia manifiesta el apogeo y el ocaso de un restaurante es hiperbólico. Cualquier error se convierte en una enmienda a la totalidad. No hay duda que en las comidas más oscuras cualquier fósforo hostelero puede convertir la sobremesa en una nueva oportunidad. Donde la hostelería gastrónoma no llega, de forma gremial, irrumpen los solistas profesionales que reconocen el error y evitan la desconexión de la clientela habitual. Un mal día lo tiene cualquiera. La extraordinaria diversidad en sala maquilla el discurrir del encuentro y desactivada las críticas con una constante disculpa. Rectificar es de sabios.
Algunas sobremesas son subsidiarias de circunstancias relevantes. Al volver, en el interior del taxi camino de la estación del Ave, el tono de la tertulia se normaliza, con la moderación del taxista. Sus elocuentes palabras evitan el desgarro general pero hay datos que agravan el diagnostico final.
«Al parecer han cambiado el equipo de cocineros... Se han independizado», nos dice. Por lo visto, nada escapa al conocimiento de nuestro viajado interlocutor.
Si al final no hay solución y el silencio es delatador, ante las sobremesas intimatorias, solo nos queda someternos a la ley hostelera de transitoriedad en busca de otro establecimiento. Pero esto es otra historia.
A pesar de salir con el espíritu gustativo encogido seguimos guardando una clara devoción. No es buenísimo comensal. Aunque a veces, tras el extravío gustativo que provoca el quejido de los paladares atormentados, nos asalte la tentación de salir corriendo y no volver más, es mejor no tomar ninguna decisión radical. Impresiona la perspectiva paciente de nuestro anfitrión, su versatilidad para evitar comparaciones odiosas y su afinidad por ofrecer una nueva oportunidad.
Es una lección que hoy no todo el mundo está dispuesto a recibir. Vacunémonos contra la amargura de experiencias de ingrato recuerdo y olvidemos cualquier atisbo de resentimiento hostelero. Esto nos ayudará a convertirnos en comensales flexibles con un sentido de la proporción «gourmet». Se lo merecen y nos lo merecemos.
La exhumación nostálgica de la primera visita exitosa acrecienta la posibilidad de volver. Admiramos la capacidad de revocar cualquier decisión. Reacios a confrontarnos con el maximalismo gourmet renace una nueva reserva para el próximo viaje. Momento crucial agárrense y no se suelten. «Restaurante..... dígame». «Qué tal, cuanto tiempo sin escucharles». Hoy es pasado, mañana, la segunda oportunidad.
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