Londres
15 euros por una corona y dos góndolas a 390
El Teatro Real vuelve a subastar sus joyas en la segunda edición de la almoneda
Si se le antoja huir como la cortesana Giulietta dos siglos atrás en una góndola de siete metros y recrear la escena de «Les cortes d’Hoffman», puede.
Si se le antoja huir como la cortesana Giulietta dos siglos atrás en una góndola de siete metros y recrear la escena de «Les cortes d’Hoffman», puede. Encontrar al mejor acompañante y el río que le lleve corriente abajo corre de su cuenta. Lo que le venden desde el Teatro Real por 390 euros (como precio de salida) es la barcaza, con gondolero incluido, que facilita el toque veneciano, y que fue construida en sus talleres para su producción de 2006 de la ópera de Jacques Offenbach. También tiene la oportunidad de transformarse en la reina de Egipto con auténticas prendas joya confeccionadas en talleres del París de los años 20 y que llegaron al Real en 2002 para vestir a María Vayo como la Cleopatra de Händel en «Giulio Cesare».
Puede, si el martillo de la sala principal del gran teatro de ópera, convertida en una sala de subastas, le adjudica éstas o alguna de las cuatrocientas piezas que han seleccionado para la «Segunda Almoneda del Teatro Real». Una práctica que el coliseo madrileño pretende afianzar por segundo año consecutivo siguiendo la trayectoria de grandes teatros europeos como Covent Garden de Londres y la ópera de París.
A la venta «las joyas» del coliseo madrileño, «hechas con el mejor saber, arte y cariño» por las manos de sus sastres, carpinteros, pintores y otros muchos trabajadores, comentó en la presentación de la subasta el director general del Teatro Real, Ignacio García-Belenguer. Los responsables y representantes de los departamentos de vestuario, utilería y caracterización reconocieron que se «deshacen» de sus creaciones para regalar, en cierto modo, trozos de arte. Y es precisamente casi un regalo porque los precios de salida, que van desde los 15 euros que puede costar una corona de laurel de la producción «L’Orfeo» (1999), hasta los 3.800 con que parte la calesa tirada por una cabeza de caballo de «Les contes d’Hoffman», no pagan lo que costaron las piezas, ni su trabajo –horas de diseño, confección y restauración– ni el valor sentimental que pueden tener para auténticos mitómanos de la ópera.
Pero esta venta no es para reponer las arcas, comentó Belenguer. «No hay finalidad recaudatoria en esta iniciativa. Creemos que la gente disfrute con estos objetos que alguna vez han visto a metros de distancia y no han podido tocar, y que al mismo tiempo acudan al Real con otro motivo: a llevarse un trozo de nosotros». La recaudación, estimada de salida en 40.000 euros, irá destinada como el año pasado a «los proyectos sociales y pedagógicos» del teatro.
Vaciar las entrañas
Belenguer también reconoció que hay que ganar espacio en los subterráneos del teatro. «Hay que seguir creciendo, reponer y vaciar», comentó. Los centenares de piezas que se han rescatado de cajas y almacenes están expuestos en diferentes plantas del Teatro Real, que ha programado jornadas de puertas abiertas para visitar la exposición. Bajando desde la sexta planta y dando rienda suelta a la imaginación se pueden recrear las escenas de «Bastián y Bastiana» (2003) –con el toque pop art de Emilio Sagi– y el «Pequeño deshollinador» (2005), producciones infantiles que se incluyen por primera vez en la puja, así como también cambiar de milenio con utilería de «Faust-bal» (2009). En vitrinas lucen llamativas pelucas de «El sueño de una noche de verano» (2006) y las trabajadas cabelleras de rastas que aparecieron en «Alceste» (2014). Las expresivas máscaras, algunas terroríficas, otras más encantadoras, de «La dolores» (2004) y «Ernani» (2000), excéntricas peinetas diseñadas por Jesús del Pozo para «Carmen» (1999) y réplicas de pájaros «hiperrealistas» de «La página en blanco» (2011) van llenando paneles y vitrinas en este recorrido de descubrimiento del gran teatro.
La mayor expectación llega en las moquetas de salones como el real, azul o el salón verde, reservado para la exhibición de sedas, encaje de chantilly y lentejuelas que componen la colección de cinco trajes «vintage» que se utilizaron en «Giulio Cesare» (2002), de gran valor por su antigüedad y porque fueron traídos de París, confeccionados en un taller en los años 30 –el más preciado, uno que conserva incluso la etiqueta de la boutique–, o los de época de «Il tutore burlato».
Se incluye entre las joyas de vestuario, más para mostrar que para lucir, el traje azul adornado con perlas y cristales de swarovski que lució Ainhoa Arteta en «Cyrano de Bergerac» (2012), su debut «por sorpresa» en el Real. «Fue confeccionado en un día y medio porque la cantante que iba a interpretar el papel de Roxane cayó enferma y Ainhoa aceptó sustituirla. Fue un encargo de los de ‘‘lo quiero para mañana’’», comentó al respecto Benjamín Fernández, uno de los encargados de vestuario del teatro. Tanto él como Álvaro Aguado, jefe de utilería y Rosa Caballero, jefa de caracterización, coinciden en su sentimiento de «alegría y tristeza» al desprenderse de este trabajo completamente artesanal con el que han hecho latir tantas emociones que se empezaron a construir en los talleres subterráneos, donde se hunde gran parte de la factoría real de la ópera.
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