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Caballé-Doménech, frente a Shostakovich

Caballé-Doménech nació en Barcelona y es uno de los directores de orquesta con mayor proyección internacional
Caballé-Doménech nació en Barcelona y es uno de los directores de orquesta con mayor proyección internacionallarazon

Josep Caballé-Doménech (Barcelona, 1973) no es un recién llegado. Ha sudado la camiseta y se ha curtido sobre todo fuera de España, como otros muchos colegas de profesión. Es director de orquesta casi desde que puede recordar (aunque no llegue al grado de Dudamel, que dirigía a sus muñecos, que ya es ser precoz) y llega ahora a España para dirigir tres días a la Nacional, de la que dice que «se encuentra en estado de gracia. Están muy activos y con muchas ganas», explica al otro lado del teléfono. La última vez que se puso frente a los profesores fue hace 14 años y ha llovido bastante. Sobre todo, últimamente. Afronta un programa de envergadura, pues la «Octava» de Shostakovich no es una sinfonía cualquiera: «Es muy dura y una pieza con contenido, escrita en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. El compositor se preguntaba por el ser humano, por cómo era capaz de tales actos. Sinfónicamente es tremendamente complicada», asegura, aunque el «Concierto para viola» de Bártok no le va a la zaga. La pieza desengrasante del terceto puede ser la que firma Benet Casablancas («Sogni ed Epifanie -Un bagliori tra notti) Y añade: «Con la ''Octava'' uno siempre acaba destrozado». En cualquier caso es la muerte, por la temática, la que sobrevolará el Auditorio Nacional, pues son obras que la tratan.

Se ríe porque le decimos que no da abasto para dirigir tanta orquesta. Pero sí, sí tiene tiempo. Como el que no quiere la cosa con la de Colorado ha celebrado la octava temporada y visualiza ya los proyectos para el futuro. Con Halle lleva un lustro, que son cinco años aunque pueda parecer una eternidad. Con ellos está en forma. Sin ir más lejos, la semana que viene dirigirá la «Séptima» de Mahler.

Y junto a ellas la dirección de la Filarmónica de Bogotá, que es un desengrasante, una oportunidad única para vivir la música de otra manera. «Estoy contentísimo con ellos, pues significa un salto importante. Con esta orquesta he tenido la sensación de estar en el sitio correcto en el lugar adecuado. ¿Sabes lo que es tener a 26.000 niños estudiando música con nosotros? Es impresionante ver de dónde salen, pues vienen de la calle, y que regeneran por la música, la viven, la disfrutan y creen en ella. Se te pone la piel de gallina porque es la combinación perfecta de música y sentimientos. Son chavales que proceden de barrios muy pobres y deprimidos y conocer los testimonios de cada uno resulta desgarrador», explica.

Cuando lo cuenta contagia ese entusiasmo y hace suya la frase que dice que «la música no puede cambiar el mundo pero sí a las personas que pueden cambiar el mundo». Y él es consciente de que con la batuta, una partitura y un grupo de instrumentos «puedes transformar el mundo de mucha gente. Al conocer a los niños cambian tanto tus percepciones como tus prioridades y la afinación pasa a ser algo bastante menos importante», dice con una sonrisa.

Le sorprende (¿a quién no?) el vuelco que ha dado España en un día, a lo largo de una semana. «Ya veremos si se encauzan las cosas», comenta. Y sobre Cataluña lo ve con la perspectiva que da la distancia, que no está mal porque puede atisbar lo que los que estamos encima no somos capaces de ver. «Es un tema complicado que complicamos aún más. Dejémonos de egos y de tonterías porque está demostrado que los nacionalismo no llevan a ninguna parte». Y aboga por la comunicación, que hablando se entiende la gente.