Comunidad de Madrid
El «Alsasua» de Galapagar
Un guardia civil fuera de servicio fue atacado en la terraza de un bar tras ser reconocido por dos delincuentes del barrio de San Gregorio, en la localidad. Los agentes y sus familias prefieren vivir en municipios vecinos para evitar ser reconocidos y «señalados» por grupos conflictivos
Un guardia civil fuera de servicio fue atacado en la terraza de un bar tras ser reconocido por dos delincuentes del barrio de San Gregorio, en la localidad. Los agentes y sus familias prefieren vivir en municipios vecinos para evitar ser reconocidos y «señalados» por grupos conflictivos
No hay un poso abertxale como telón de fondo en este suceso, ni hablamos de una paliza con lesiones graves, como sucedió en el municipio navarro de Alsasua en octubre, pero en esta historia también hay un guardia civil agredido por el mero hecho de serlo, una novia que presencia la escena y no sale damnificada aunque si amenazada, un bar que teme represalias y unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad «señalados» por vecinos conflictivos. Lo peor del relato quizás sea el temor de los agentes a hacer vida normal por el pueblo, no poder pasear tranquilamente sin soportar miradas «perdonavidas» y el hecho de que los agentes allí destinados y que no tienen sitio en el cuartel prefieren irse a vivir a localidades vecinas en lugar de un pueblo en el que está señalados. No es Alsasua, es Galapagar, una localidad situada en el noroeste de la Comunidad, a 36 kilómetros de la capital, en el que muchos de los agentes del cuartel de la Guardia Civil o, más bien, sus familiares, viven pendientes de ser reconocidos por la calle por vecinos conflictivos.
Aquí las detenciones y las operaciones policiales contra los delincuentes se pagan. Eso le ocurrió la víspera de Nochevieja a un agente de 33 años que lleva ocho trabajando en la localidad. Este guardia civil, destinado en Seguridad Ciudadana, se encontraba disfrutando de su día libre en un bar del centro de la localidad junto a su pareja, una chica de 27 años, embarazada de siete meses, y con otra pareja amiga. Eran alrededor de las 21:30 horas de la noche cuando se encontraban fuera, en la terraza del establecimiento, fumando un cigarrillo cuando vieron que se acercaban dos individuos del barrio de San Gregorio, una zona muy conflictiva de la localidad en la que se concentran muchos pisos de protección oficial, habitados principalmente por ciudadanos de etnia gitana, donde se han realizado varias operaciones policiales por temas de menudeo y por robos.
Según denuncian testigos presenciales de los hechos, estos jóvenes parecían alterados, bajo los efectos de algún estupefaciente o de alcohol. Uno de ellos, dirigiéndose a su amigo, espetó ante el guardia: «Mira dónde está el hijo de puta éste, picoleto de mierda». Aunque el agente trató de evitar el altercado, los dos jóvenes –de unos 30 y 35 años– se quedaron delante del grupo de amigos sentados en la terraza para desafiarles. «Les pidió que continuaran su camino, pero siguieron», explican los testigos presenciales. «Ahora, sin uniforme, ¿no tienes cojones?», le increparon los jóvenes. «Lárgate», les insistió el guardia, según otras personas presentes en el altercado. Pero aquello sólo sirvió para que los individuos se envalentonaran más: «¿No tienes cojones o qué pasa? Te voy a romper la cabeza», gritó uno de ellos al tiempo que se quitó la chaqueta y el bolso tipo bandolera que llevaba para levantar los puños y prepararse para la pelea.
Ante la evidente amenaza, el agente reaccionó. Cuando el joven fue a por él lo redujo en el suelo, pero en ese momento el amigo del delincuente aprovechó para golpearle en la cabeza y la espalda. El posteriormente detenido, aún en el suelo inmovilizado por el agente, aprovechó para amenazar a gritos a la mujer del guardia, que se encontraba en un lógico estado de nerviosismo, quizás incrementado por su avanzada gestación: «Y tú, ten cuidado cuando te vea por ahí. Te voy a rajar y te voy a sacar al picoleto que llevas dentro».
Ante el altercado, hubo algún vecino que llamó a la Policía y a los pocos minutos se presentaron en el lugar agentes de la Policía Local y compañeros del agente de la Guardia Civil implicado. Antes, no obstante, también se congregaron junto al bar un grupo de conocidos de los individuos de la agresión, todos del barrio de San Gregorio. Al parecer, el que aprovechó para golpear al agente mientras mantenía reducido al que originó la pelea estaba de permiso penitenciario o acababa de salir de prisión porque una amiga que acudió a la terraza donde sucedieron los hechos le pedía que parara, al tiempo que le gritaba «que llevas mucho tiempo para cagarla ahora».
Los compañeros del agente llegaron al lugar y procedieron a la detención de los dos individuos por un delito de atentado contra agente de la autoridad. Al día siguiente, tras su puesta a disposición judicial ante el juzgado de guardia de Villalba, quedaron en libertad con cargos.
Las consecuencias
Las consecuencias para el agente y su mujer fueron peores. Al margen de los golpes del momento, el agente sólo sufrió una tendinitis en la muñeca derecha, pero su mujer presentaba un cuadro de ansiedad que le complicó el embarazo días posteriores. Comenzó a sentir contracciones y quedó ingresada ante una amenaza de parto. Ahora, en la recta final de su embarazo, debe estar en reposo absoluto por tratarse de un embarazo de riesgo y se ha tenido que someter a varios tratamientos para evitar un parto prematuro. Aunque desde el entorno del agente quieren trasladar que se trata de «un hecho aislado», lo cierto es que reconocen que ahora su mujer tiene miedo de pasear tranquilamente por el pueblo, ir a la compra o hacer recados comunes por si se encuentra con esta gente; una situación que vuelve a recordar a la que denunciaron vivir las familias de los agentes agredidos en Alsasua. «El trabajo que tenemos es el que es. Tenemos que lidiar con todo tipo de gente. Nosotros no lo llevamos mal, pero sí afecta a nuestra familias. Al final los delincuentes te conocen y cuando te cruzas con ellos por la calle tienes que aguantar que te insulten por lo bajo, te pongan mala cara o sonrisa de desprecio», explican desde Galapagar. Una situación más que incómoda que la mayoría trata de evitar y que reconocen que les coarta su libertad. «También depende mucho de cómo trabajes, de lo que te impliques y de la unidad en la que estés pero si realizas detenciones te van a tener en su punto de mira. Al final te van calando», afirman en el pueblo.
En el bar en el que tuvieron lugar los hechos también temen que puedan volver a «liarla» allí porvincularlo con el agente. No es que el ambiente en Galapagar, dicen los vecinos, sea hostil para la Guardia Civil, pero sí es habitual la mofa y el desprecio por parte de ciertos vecinos de este problemático barrio de San Gregorio. «No me pillasteis el dinero, pardillo», le espetaron una vez a uno tras una intervención policial con varios detenidos.
Ninguno de sus superiores ha llamado a este guardia para preguntarle por su estado o por el de su mujer. Desde la Asociación Unificada de Guardia Civil (AUGC) de Madrid condenan «enérgicamente» la agresión y lamentan «esta persecución que sufren los guardias civiles fuera de su tiempo de servicio por su condición de agentes de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». «Acatamos y respetamos las decisiones judiciales, como no puede ser de otro modo. No obstante, creemos que ante este tipo de situaciones se debe actuar con todo el peso de la Ley, con sentencias ejemplares que tengan un efecto disuasorio para el futuro», aseguran desde la AUGC a este periódico. La asociación considera aún más lamentable «la absoluta sensación de abandono que padeció el agente, por quien no se interesó nadie desde el ámbito de la Guardia Civil. Son este tipo de actitudes las que lastran la motivación del personal, que se siente desamparado en estas circunstancias».
La suerte de vivir en la casa cuartel
No todos los guardias civiles que están destinados en Galapagar residen en el municipio. La casa cuartel no es suficientemente grande para albergar a todos los agentes, por lo que muchos de ellos deben buscarse alojamiento por su cuenta. La mayoría lo hace en municipios de los alrededores para no verse señalados en el pueblo, evitar situaciones desagradables e incluso enfrentamientos, en los que también pueden verse envueltos sus familiares, con los vecinos más conflictivos. Sin embargo, durante mucho tiempo, residir en la casa cuartel de Galapagar tampoco fue un plato de buen gusto para los miembros del instituto armado y sus familias. Esto se debe a que esta residencia sufrió durante casi dos años los efectos de una plaga de termitas que afectó al 90% de las edificaciones que conforman el complejo. El asunto, que desde la Comandancia fue calificado como «prioridad absoluta», debido a las reiteradas quejas de los agentes y del trabajo de las asociaciones que los representan, ya que para lograr solucionar el problema fue necesario un desembolso de una cantidad cercana a los 30.000 euros. A todos estos problemas se unía también la presencia de ratas, lo que convirtió durante un tiempo a la casa cuartel de Galapagar en famosa por sus desagradables plagas.
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