Contaminación en Madrid
Farolillo: «Zona cero» del ozono
Junto a un parque infantil, en una zona verde... Nadie en Carabanchel sabe que dentro de una enorme caseta está la única estación de medición de contaminación que ha hecho saltar las alarmas de la capital esta semana.
Junto a un parque infantil, en una zona verde... Nadie en Carabanchel sabe que dentro de una enorme caseta está la única estación de medición de contaminación que ha hecho saltar las alarmas de la capital esta semana.
En pleno corazón del barrio de San Isidro –en el distrito de Carabanchel–, en uno de los bordes del jardín y el área de juegos infantiles situados entre las calles Farolillo y Ervigio, está la zona cero del ozono en la capital. Allí está instalada una de las 24 estaciones de medición de calidad del aire de Madrid y, en las dos últimas semana, ha sido noticia por ser el único punto de control de la ciudad en hacer saltar las alarmas: hasta en tres ocasiones, ha superado el nivel de aviso a la población por alta concentración de ozono. Este límite está fijado en los 180 microgramos por metro cúbico, pero el pasado 27 de junio se alcanzaron los 183, y esta semana, el martes, el ozono se situó a las cinco de la tarde en los 182 microgramos por metro cúbico.
El ozono es un gas incoloro cuya incidencia aumenta en los meses de verano, ya que para su formación deben presentarse condiciones de alta insolación y temperatura. Además, tal y como informó el Ayuntamiento esta semana, «la formación del ozono requiere de cierto tiempo durante el cual las masas de aire se mueven bajo la influencia de los vientos dominantes», lo que ayuda a explicar por qué sus niveles más elevados se dan en estaciones suburbanas de fondo o incluso en zonas rurales alejadas del lugar donde se ha formado.
Una alta concentración de este gas –el umbral de alerta se activa sólo si se superan los 240 microgramos por metro cúbico– puede tener efectos negativos para la salud de las personas –síntomas como tos, irritación de garganta y de los ojos, dificultades respiratorias o dolor de cabeza–, así como para la vegetación y los animales. Los más afectados por los efectos adversos del gas son los niños, las personas mayores y aquéllos que sufren problemas respiratorios.
Pero a pesar de las alarmas, en el barrio de San Isidro se respira tranquilidad, porque en este enclave al suroeste de Madrid, nadie parece haberse preguntado nunca qué es esa caseta de metal –nada pequeña, por cierto– plantada en pleno parque infantil.
«Ni siquiera sabía que hubiera una estación para la medición de la calidad del aire tan cerca», nos dice una farmacéutica de la zona, y estas palabras son las que repiten de forma casi calcada todos los vecinos del barrio, que mucho menos han oído hablar de los índices de alarma alcanzados las últimas semanas –incluso, alguno que otro desconoce lo que es el ozono–. No obstante, desde esta farmacia de la Calle Roger de Lauria –sólo a 200 metros de distancia del punto de medición–, sí reconocen que en lo que llevamos de verano la venta de inhaladores por problemas respiratorios está siendo «masiva»; claro que, dicen, tienden a achacarlo a las alergias y, sobre todo, a la elevada edad de los afectados. Y con razón, porque en San Isidro la población mayor de 65 años supera en más de 2.350 personas a la de niños y jóvenes de entre 0 y 15 años –según datos oficiales de enero de 2015–; es decir, que nos encontramos ante un vecindario envejecido que poco o nada se inquieta ante un ataque de tos. Así lo dice el responsable del Centro Municipal de Mayores Roger de Flor –a dos minutos andando del punto de control de la calidad del aire–, que asegura que sus socios ya no tienen edad para preocuparse con estas cosas. Así, con problemas respiratorios o no, quienes regentan este centro de mayores muestran una fortaleza envidiable y, la verdad, no parece que ninguna alarma en torno a la calidad del aire que respiran les vaya a quitar el sueño ni la alegría.
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